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Francisco José Benito

Tormentas y asignaturas pendientes

Hacía tiempo que en Alicante no habíamos tenido la ocasión de testar si los sistemas para protegernos de las lluvias torrenciales funcionaban y, hay que admitirlo, la tormenta que el jueves dejó en media hora más de 20 litros por metro cuadrado sobre la calles, tanto de la ciudad como de su entorno metropolitano, sirvió para comprobar que los miles de millones de las antiguas pesetas que el Consell -en esto tuvieron mucho que ver personas como Eduardo Zaplana y José Ramón García Antón- se atrevió a enterrar a raíz de la riada de 1997, y los otros tantos millones, ya de euros, invertidos en los últimos años, han sido efectivos.

No obstante, las trombas que sacudieron la provincia de norte a sur y desde Villena a la Playa de San Juan han vuelto a poner en evidencia que sigue habiendo muchos cascos urbanos que en cuanto cae una lluvia de cierta intensidad se convierten en lagos o, incluso, ciénagas para desesperación de los vecinos que pagan sus impuestos, pero ven cómo la Administración no responde. Las canalizaciones de pluviales dejan mucho que desear y no es de recibo que tormentas de media hora, por mucha lluvia que descarguen, desaten el caos. Afortunadamente, el jueves no lamentamos desgracias personales pero en la provincia se sigue construyendo sobre zonas inundables y, lo que es peor, hay mucho antiguo ladrillo que ocupa ramblas y barrancos, de ahí que resulte urgente tomas medidas para resolver los problemas de infraestructura de saneamiento.

Cierto que la tormenta de Alicante, aunque descargó con fuerza, sólo duró media hora, pero el Barranco de las Ovejas evacuó sin problemas la riada (otro tema es determinar si es de recibo que junto al arrastres de pluviales tengan que aparecer ratas y vertidos fecales, como denuncian los vecinos de San Gabriel), y los colectores que cruzan el subsuelo de Alicante también respondieron. Algo plausible pero que también reabre el debate sobre si con los colectores que canalizan el agua de los barrancos que desembocan en la ciudad resulta suficiente. El geógrafo Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, no se cansa de repetirlo cada vez que una tromba de agua sacude cualquier casco urbano de la provincia. Se han hecho grandes colectores pero seguimos con una gran asignatura pendiente, que resulte inevitable que cuando cae un chaparrón de cierta intensidad las calles y las carreteras se llenen de bolsas de agua. Desaparecen a las pocas horas, de acuerdo, pero suponen un peligro para la seguridad de peatones y vehículos.

La red de pluviales, no los grandes colectores, sigue sin estar preparada para asumir estas tormentas. Y eso que se han construido infraestructuras que son un ejemplo de efectividad a nivel europeo, como el parque inundable El Marjal de la Playa de San Juan o el depósito anticontaminación «José Manuel Obrero» de San Gabriel, que esta misma semana ha llegado a recoger 58.416 m3 de agua pluvial cargada de suciedad que hubieran acabado en la bahía.

La infraestructura perfecta no existe, o sí, aunque su coste es muy elevado, pero el Ayuntamiento debiera comenzar a pensar en afrontar la necesidad de revisar a fondo la red secundaria de colectores. Nadie lo ha hecho en la historia de la ciudad, pero son esfuerzos que deben estudiarse, aunque ahora hablar de inversiones económicas resulte una quimera en el Ayuntamiento.

La lluvia ha sido el tema de la semana, incuestionable cuando llevábamos un año sin que cayera un buena tormenta. Tiene guasa, no obstante, que casi nos venga bien que nos caiga una tormenta de vez en cuando para aliviar la sequía, debido a la histórica pasividad de los padres de la patria para resolver el problema del abastecimiento, sobre todo para el potente sector agrícola y la industria hortofrutícola de los que dependen cien mil familias.

Esta misma semana, la de la lluvia, los regantes han vuelto a poner el grito en el cielo por el abandono que sufre la provincia. Ni el intento de PP y Ciudadanos (del PSOE, Podemos y los nacionalistas no esperan nada) por resucitar el Pacto Nacional del Agua les ha convencido. Los agricultores, los que día a día se juegan su patrimonio al recibir el agua menos que con cuentagotas, han dicho basta. No se fían ya de la promesas y anuncios incumplidos y piden que la «contaminación política salga del agua». A mí, diputado, se me caería la cara de vergüenza.

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