Eran las nueve y media de la noche cuando Palmira y Eliseo se adentraron en el muelle de Alicante, para observar cómo zarpaba el vapor Cabo Creus. Era la primera vez que Palmira veía el mar y, aunque la oscuridad envolvía casi todo, se quedó mirando embelesada la manera como el barco enfilaba la bocana hacia la dársena exterior. El viento, suave pero fresco, animó a Eliseo a subirse la solapa de la gabardina, al mismo tiempo que Palmira se ajustaba el pañuelo con que cubría su cuello.

Faltaban pocos minutos para las diez de la noche cuando la pareja inicio el regreso hacia la Explanada. Habían llegado a la ciudad pocas horas antes. Estaban de luna de miel. Caminaban muy cerca del borde del muelle y él la cogió de una mano. Palmira había comentado un momento antes que le gustaba mucho ver el mar, pero que le daba algo de miedo porque no sabía nadar. Eliseo tampoco sabía nadar, pero no le importó cambiarle el sitio, de manera que ella estuviese más alejada del agua. Quiso cogerle de nuevo una mano, pero inesperadamente Palmira le dio un empujón tan violento, que se vio volando por el aire durante un instante eterno y asombroso, antes de caer al mar.

Eliseo tragó mucha agua antes de salir a flote. Cuando lo hizo, comenzó a mover los brazos y las piernas frenéticamente, entre aturdido y asustado. No veía nada a su alrededor. Todo era oscuridad. Entonces empezó a pedir auxilio con gritos desesperados.

Mientras tanto, Palmira se encaminaba hacia la Explanada, silenciosa y con la mirada fija en el inmenso rosario de luces que iluminaban la fachada litoral de la ciudad. Atrás quedaron los gritos de su marido. Ya en la plaza del Mar, se dirigió a un joven con el que se encontró de frente, para pedirle que la acompañase al barrio de las Carolinas. El desconocido la miró perplejo, sin saber qué decir, y Palmira pareció recapacitar durante unos segundos, antes de añadir, apuradísima: «Es que me ha pasado una desgracia. Mi marido se ha caído al agua en el puerto? y ya no sé más». El joven tardó unos minutos en persuadirla de que lo mejor era que volviese al puerto. Él la acompañó.

Era el martes 15 de diciembre de 1953.

En Otos

Eliseo Alfonso Miralles había nacido 56 años antes en el pueblo valenciano de Otos. Había pasado toda su vida pegado a la tierra, trabajando las vides y olivos que habían sido de su padre y que él había heredado. Era un trabajo penoso, pero lucrativo, porque poseía mucho terreno cultivado y bien regado. Tanto, que eran decenas los jornaleros que trabajaban para él durante la vendimia y la recolección de olivas. Vivía en una casa amplia y cómoda, asistido por una vecina que limpiaba y cocinaba; desde hacía unos pocos años era el propietario de un tractor nuevo y un Austin Singer-Junior de segunda mano; y en el banco era titular de una cuenta con un saldo de siete cifras. Tenía, pues, una vida próspera y tranquila, pero aburrida.

Nunca había pensado en el matrimonio, hasta que un par de años atrás el umbral de la vejez se le antojó triste y solitario. Se fijó entonces en una joven del pueblo, sobrina de la mujer que le servía. Tenía casi 30 años menos que él y fama de arisca, pero le pareció que podría ser una buena compañera durante los años que le quedaban de vida. Había tenido algún que otro pretendiente, incluso se rumoreaba que su primo fue animado a irse del pueblo hace unos años porque andaban medio encariñados, pero la Palmira seguía estando soltera. Era muy pobre, pero también de muy buen ver. Se la veía sana y quizá, si Dios así lo quería, podría darle uno o dos hijos con que alegrar los pocos días de madurez que le quedaban, antes de entrar en la ancianidad.

Eliseo la cortejó, y Palmira accedió a ser su prometida. El noviazgo duró un año. El corazón de él rejuveneció y se llenó de ilusiones. Al principio, los cerca de 700 habitantes de Otos miraban a los novios con ojos de curiosidad, cuando no de guasa, pero poco a poco fueron acostumbrándose a verles juntos. Hasta el mejor amigo de Eliseo, maestro en Albaida, aprobó resignado su deseo de casarse con una mujer mucho más joven que él. Lo hizo después de advertirle de los riesgos que ello conllevaba. «Ten cuidado de no convertirte en un Pitas Payas», le avisó. Y como Eliseo no había oído hablar hasta entonces del personaje del Arcipreste de Hita, su amigo le resumió la fábula de aquel pintor de la Bretaña que, tras casarse con una damisela mucho más joven que él, hubo de viajar a Flandes durante dos años, dejándola en casa, pero pintándole antes de partir un pequeño cordero debajo del ombligo. En ausencia del marido, ella tuvo un amante, al cual pidió que le reprodujese el dibujo del cordero, en cuanto se enteró de que aquél regresaba. Con las prisas, sin embargo, le dibujó un carnero. La noche de su llegada, Pitas Payas le pidió a su esposa que le enseñase el dibujo, y al verlo se alarmó porque su cordero se había convertido en un señor carnero, con cuernos arrollados en espiral. Ante su extrañeza, ella replicó: ¿Qué esperabas, que en dos años el cordero no se criara hasta carnero? Si no hubieses tardado tanto, sería aún cordero.

Eliseo estaba seguro de que Palmira le quería tanto como él a ella, y que nunca, por tanto, le sería infiel. Tan seguro estaba, que la dotó con casi doscientas mil pesetas y le otorgó ante notario sus bienes, en caso de que él muriese.

Contrajeron matrimonio el lunes 7 de diciembre de 1953 en la parroquia de la Purísima Concepción y ese mismo día emprendieron el viaje de novios. Eliseo tenía 56 años y Palmira 27.

En el Austin Rubia, los novios fueron primero a pasar tres días a Játiva. Luego volvieron hacia el sur, para ir hasta Alcoy, donde estuvieron cinco días, y llegar después, por fin, a Alicante, meta de su luna de miel. Aquí les esperaba el mar, que tantas ganas tenía Palmira de ver.

En Alicante

Llegaron a la ciudad el martes 15 por la tarde. Se hospedaron en el hotel Carlton. Por la noche cenaron en el comedor del mismo hotel y luego salieron a pasear. Nada hacía suponer a Eliseo lo que ocurriría aquella noche. Palmira en cambio llevaba días planeándolo. Desde que supo que era la heredera de Eliseo, en su mente fue tejiéndose un plan en el que su amado primo era el premio. Aunque hacía dos años que no sabía nada de él, por sus últimas cartas sabía que vivía en un barrio de Alicante. Le resultó fácil convencer a Eliseo para ir a esta ciudad en su luna de miel, arguyendo su deseo de ver el mar. Un mar que la ayudaría a obtener la libertad y la riqueza que tanto ansiaba.

Los gritos de socorro de Eliseo fueron oídos por la pareja de la Guardia Civil que patrullaba por el muelle, formada por Jesús Álvarez Molina y Nicolás Pérez Alegre, los cuales supusieron era un tripulante del Cabo Creus caído por la borda, y avisaron raudos a los prácticos del puerto. Éstos se apresuraron a ir en busca del accidentado en una motora, pero se les adelantó el pescador Diego García, quien a bordo de su bote María logró sacar a Eliseo del agua. Aunque no sabía nadar, éste se había mantenido en la superficie gracias a su gabardina, que atada a su cintura había formado una especie de flotador.

De nuevo en tierra, Eliseo fue asistido por los guardias civiles y varios guarda-muelles. De repente había pasado de la ilusión de haber hallado la felicidad, al miedo por morir ahogado, y a la rabia de saberse traicionado. De ahí que cuando apareció su esposa y pretendió arrojarse a sus brazos, gritando de alegría, él la rechazase, acusándola de haber querido matarle.

El matrimonio quedó retenido en el puerto mientras el brigada-jefe de línea de la Guardia Civil del muelle formulaba el atestado que envió al juzgado de guardia.

El juez no tardó en firmar un auto por el que ordenaba ingresar en prisión a Palmira.

El jueves 17, el redactor de INFORMACIÓN Carlos Martínez Aguirre entrevistó a Eliseo, quien aseguró estar profundamente entristecido. Por supuesto, iba a rectificar lo antes posible la donación de bienes que había hecho a Palmira, a quien deseaba pasase el resto de su vida en la cárcel. «No merece otro castigo quien, sacada del arroyo, recibe un hogar y vida económicamente holgada y encima, y en plena luna de miel, intenta matarme», dijo con rencor.

El viernes 18, una vez interrogada, el juzgado de instrucción n.º 2 dictó auto de procesamiento contra Palmira Santamaría Olivares, por el delito confeso de parricidio en grado de frustración.

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