Ha querido ser dueño de su silencio antes que esclavo de sus palabras. No se antoja otra explicación -lógica- a que el alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, no haya querido tomar la palabra en el pleno de Debate sobre el Estado de la Ciudad, una iniciativa no obligatoria que, para más inri, él mismo planteó. Le ha pasado los bártulos a su compañera Eva Montesinos, dejando así al resto de la Corporación y a todos los ciudadanos sin escuchar en primera persona cuál es el balance que de Alicante hace su máxima autoridad.

Resulta imposible no preguntarse cuál habría sido la reacción del propio Echávarri si, estando él en la oposición, Sonia Castedo -por poner un ejemplo reciente y cuyo nombre ha sobrevolado varias veces el Salón Azul del Ayuntamiento- hubiera protagonizado la misma "espantá" siendo alcaldesa. Fácil es adivinar su respuesta. Elijan entre "escurrir el bulto", "dejación de funciones", "insulto a la ciudadanía", "menosprecio al cargo que ocupa"...

Básicamente, ésa ha sido la munición utilizada al término del pleno, con toda lógica, por los ediles de la oposición, crecidos ante el blanco fácil en que se ha convertido hoy el alcalde. Sus compañeros de filas y socios en el gobierno, como era de esperar, se han limitado a mostrar su sorpresa.

La vara de alcalde -pese a que aquí se sostiene sobre tres manos- parece imbuir a quien la posee en Alicante del privilegio -falso y erróneo- de creerse por encima del bien y del mal y de no tener que rendir cuentas a nadie.

Quizá Echávarri temiera tener que responder en el pleno a la última polémica en torno a su persona, esta vez por el cargo al Ayuntamiento de un billete de AVE para ir a ver a Pedro Sánchez. O a las muchas otras en que, a lo largo de este año y pico, se ha visto envuelto (contra Pavón, contra Bellido, contra Elche, contra Climent, contra Castedo, contra gente en las redes sociales...).

Puede que su condición de abogado le lleve a creer que acogerse al derecho a no declarar, totalmente lícito en lo jurídico, es también válido en política, cuando precisamente en ella callar sea lo peor.

Si uno nada tiene que ocultar, sobre este particular o cualquier otro, lo normal es dar la cara. Lo contrario lleva a pensar eso de "quien calla, otorga". En el caso que nos ocupa, la duda es todavía más inquietante: ¿Tan poca confianza o seguridad tiene el alcalde sobre lo que está haciendo el tripartito por la ciudad?