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Juana Íñiguez Vicente: «Puedo estar sola y me gusta. Me caliento la leche, me lavo y coso»

Juana Íñiguez Vicente tiene 95 años, vive sola y se apaña bien en casa. PILAR CORTÉS

Juana tiene 95 años. Acaba de desayunar y fregar «el cacico de la leche» cuando nos recibe. Vive sola desde hace más de 40 años, tras enviudar y casarse su único hijo. Pone la lavadora, echa el detergente sola, tiende y recoge la ropa «aunque me gusta más lavar en la pila, a mano, como toda la vida». Ella misma se hace el desayuno, remienda su ropa y estira la cama cuando se levanta, «sobre las nueve, para qué antes», dice. También suele lavarse ella misma. «Si paro la maquinita, se para todo», explica la mujer, nacida en Almansa en 1921, y que con 9 años empezó a cuidar niños para ayudar económicamente a sus padres. Trabajó durante años como empleada de hogar y cosiendo «para sacar algo más de dinero» , y cuando su hijo, que tiene 67 años y está jubilado, contaba con sólo 4, la familia emigró a Alicante.

«Me apaño sola, me gusta y prefiero estar sola». Aunque realmente no lo está tanto porque todos los días su hijo va a verla y la saca a pasear, y también están pendientes de ella sus dos nietos, «o mis sobrinitas, que enseguida vienen a verme». Tiene también tres bisnietos.

Juana vive en una casita de planta baja del barrio Divina Pastora con un parque cerca, lo que también ayuda a su independencia, en un entorno que recuerda a un pequeño pueblo: tiene una estrecha relación con los vecinos, que también velan por ella y avisan a su hijo «si la ven pachucha» explica él mismo, José Luis Rico Íñiguez. Con ellos charla sentada en la puerta, porque no le gusta ver la tele, aunque sí escucha la radio. «A comprar me lleva mi hijo con el coche, y a limpiar viene una chica del Ayuntamiento los martes y los jueves. Realmente paso pocas horas sola, tengo compañía siempre». También recibe la visita de voluntarios de Cruz Roja, que la llevan a pasear y a la playa en verano.

Y aunque su nuera le suele preparar la comida, sobre todo ensaladas y caldos que su hijo le acerca, ella sigue cocinando. «Hace una tortilla de patatas con cebolla y un bacalao con tomate que sólo ella sabe el punto. Lo compramos nosotros y ella lo desala». «Tiene un repertorio de medicinas pero está guapa», señala su retoño, a lo que Juana apostilla coqueta: «divina de la muerte. Tengo unos vestidicos que me los hago, los remiendo, los lavo y me los vuelvo a poner», explica. «Ella no quiere una mujer fija en casa que la cuide, si llega el momento, aunque no quiera, se la pondremos, pero en su casa. Ella tiene andador, que se lo dio Cruz Roja, y bastón, se apaña bien, y no quiere que le mande nadie».

Ya bisabuela, Juana tiene una gran lucidez y recuerda perfectamente a un hermano que nació a la vez que ella que no sobrevivió. Lo único que evita es subir a la azotea de la casa al haber escalones, «por si me caigo». De salud no ha tenido grandes problemas, «de vez en cuando un bajón de tensión. Se apaña muy bien y hasta ahora nunca se ha deprimido. Tampoco se aburre», asegura su hijo.

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