Apenas pasan cinco minutos de las 10.00 y mientras aterriza un vuelo procedente de Manchester despega otro con destino a Londres. La zona de embarque parece más pequeña de lo habitual. También el área de llegadas. Los aviones se cruzan en las pistas y en el aire mientras el aeropuerto de Alicante-Elche afronta el mayor desafío de su historia desde su inauguración, un 4 de mayo de 1967.

Aquel día aterrizó un Convair Metropolitan procedente de Madrid de la compañía Aviaco, en una inauguración de época. Ayer, le tocó operar de media un vuelo cada tres minutos en las más de 18 horas que permaneció abierto al tráfico aéreo. La infraestructura es otra, acorde a los tiempos. Su posición como motor económico y principal dinamizador turístico de la provincia, la misma.

Con 347 vuelos programados y 58.044 pasajeros previstos, el aeródromo alicantino nunca se había enfrentado hasta este sábado a una cifra diaria de operaciones tan alta. Más de 150 aviones aterrizaron ayer en la terminal de El Altet procedentes de París, Viena, Milán, Moscú y Varsovia. También desde Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, Sofía o Budapest. Y de Kaunas. La lista es infinita, ni más ni menos que la de despegues con destino a media Europa y más allá, aunque no tanto hacia terminales nacionales. Las entrañas del aeropuerto de Alicante-Elche dibujan un encuentro casual de culturas y nacionalidades en la que la española es una más. Los efectos del «Brexit» aún se hacen esperar.

Los mostradores de facturación de algunas compañías están cerrados y otros casi vacíos, pero los de Ryanair escenifican una serpiente multirracial a modo de cola que alcanza hasta la misma puerta de entrada al aeropuerto. La espera ante el overbooking en los mostradores acaba traduciéndose en prisas y las «carreras» a paso ligero se suceden con la misma cadencia con la que se caen las hojas de los árboles en otoño.

Todas las puertas abiertas Los más previsores observan la escena tomando un café o sentados en los bancos distribuidos por la terminal. Otros lo hacen despidiéndose de familiares y amigos. Pese a todo, no acaba produciéndose el temido «efecto embudo» en la zona de embarque. El control de billetes y pasajeros es constante pero fluido. «Ha habido bastante más gente pero mejor repartida», esgrime como motivo Gonzalo, uno de los doce auxiliares de seguridad encargados de controlar ayer el acceso de pasajeros.

La previsión de AENA también juega a favor del constante rodar de maletas. «Hoy -por ayer- estaban abiertas las ocho puertas de embarque cuando normalmente sólo hay seis», añade como segunda razón una de sus compañeras de turno. «Se ha organizado bastante bien y en las horas punta no se ha llegado a colapsar como otras veces», resume Gonzalo mientras un tercer auxiliar asegura que «el sábado pasado fue peor» pese a haber menos vuelos y menos tránsito de pasajeros en la zona de embarque del aeropuerto alicantino.

Mientras, por momentos, las escaleras mecánicas que bajan al área de llegadas apenas se entrevén entre tanta cabeza a la vez que los ascensores suben y bajan sin parar, casi siempre llenos de gente. Y como sucede un verano tras otro, la mayoría son británicos, fieles como pocos a la Costa Blanca. El trasiego de pasajeros y acompañantes es constante y llega a estresar visto con perspectiva. También el de los trabajadores del aeropuerto, conscientes de que el ritmo habitual no alcanza en el día de más vuelos y pasajeros en la historia del aeropuerto alicantino.

Como la puerta de embarque, la de llegadas también congrega a miles y miles de personas a lo largo de una jornada que vive su mayor concentración de vuelos y pasajeros desde las 9.00 a las 12.00 horas, y entre las 18.00 y las 22.00. Aquí las carreras no son para evitar perder un vuelo sino para abrazar a un hermano, una madre o incorporarse a unas vaciones entre amigos; en ocasiones tras pasar un rato largo de puntillas para poder ver por encima de los carteles con los que los guías de los touroperadores esperan a sus clientes.

«Por aquí no se podía ni andar»

Los fuertes aluviones de gente sobre los mostradores de facturación de Ryanair alcanzan una dimensión aún mayor en el área habilitada para las firmas de alquiler de coches, junto a la zona de llegadas. Son diez en total, separadas por un ancho pasillo que acaba convertido en un angosto hormiguero. «Cuando he llegado a las 10.00 por aquí no se podía ni andar», señala una operaria del aeropuerto encargada de la gestión de colas una vez superado el «momento de caos». «Hasta las 11.30 se ha acumulado muchísima gente frente a los mostradores de todas las compañías», añade Sandra, a la que un turista recién aterrizado le pregunta justificante en mano acerca de una reserva.

Y entre tanto tumulto, con cerca de 60.000 pasajeros y miles de acompañantes circulando por el aeropuerto durante todo el día, sorprende la escasa presencia policial. Apenas dos agentes uniformados, con chalecos y armas largas, vigilan en horas punta el área de salidas. No hay sobresaltos ni nada que se le parezca.

Sin retrasos de importancia en el aterrizaje y despegue de vuelos, y pese a las inevitables masificaciones frente a los mostradores de Ryanair y los rent a car, el aeropuerto de Alicante-Elche salda con nota el mayor desafío al que se ha enfrentado en su casi medio siglo de vida: operar un vuelo cada tres minutos y transportar sin incidencias reseñables a casi 60.000 pasajeros en apenas un solo día.