Miguel Terol Antón, más conocido por el apodo de El Melguizo, y Dolores Manchón Davó, contrajeron matrimonio el 23 de abril de 1874 en la iglesia parroquial de la Virgen de las Nieves, de Monforte.

Tres años después tuvieron un hijo, Vicente, que nació en la pequeña casa del barrio alicantino de San Antón donde vivían.

Al cabo de otros tres años se mudaron a otra casa del mismo barrio (pero tan reducida y tan pobremente amueblada como la anterior), en la calle de la Huerta, número 30. Para entonces habían incrementado la familia adoptando a un chico, Asencio.

Dolores era ciega, pero se valía bien para cuidar sola de la casa y, acompañada por Asencio, vendía por el barrio billetes de rifas y loterías. No sacaba mucho dinero, pero algunos días era el único ingreso con que contaba la familia para comprar alimentos, cuando no se lo arrebataba Miguel para emborracharse.

Miguel era tuerto. Muchos años atrás perdió el ojo izquierdo y el otro lo tenía cubierto por una nube a manera de catarata. No obstante, veía lo suficiente como para trabajar el esparto, haciendo pleitas por encargo en su propia casa.

El 12 de noviembre de 1881, Miguel se levantó a las tres de la madrugada para hacer pleitas en el mismo dormitorio. Dolores siguió acostada, pero pronto se despertó y empezaron a discutir. El motivo era recurrente desde que, unas semanas atrás, al regresar él de un breve viaje a Monforte, algunas vecinas, entre las que estaban la Tomasa, la Vicenta, la Teresa y la Águeda, le advirtieron de que, en su ausencia, Dolores recibía en su propia casa a Manuel Tomás, con quien se encerraba a solas en el dormitorio, y que muchos otros días era ella la que iba a casa de él, cuando salía a vender los boletos de las rifas.

Miguel sabía de la amistad de su esposa con Manuel Tomás, también ciego, pero no de que lo recibiera en su casa cuando él no estaba ni que fuera a visitarlo tan a menudo. Lo de que se encerraban a solas en su dormitorio se lo confirmó Asencio. Pero esto último lo negó Dolores cuando Miguel se lo reprochó. Aun así, él le prohibió que volviera a recibir en su ausencia al ciego ni que fuera a verle a su casa. Dolores entonces le insultaba y le replicaba que no dejaría de ver a su amigo Manolo porque era quien la ayudaba a vender los boletos.

Aquella madrugada volvió a repetirse la escena: discusión, reproches, insultos? A las ocho de la mañana Miguel le ordenó a Dolores que saliera a continuar la venta de boletos del pavo que iban a rifar y que guardaban en el corral, pero ella le respondió que no lo haría si no se lo decía su amigo Manolo, que era quien entendía del negocio. Enfurecido, Miguel cogió entonces las bolas de la rifa y las quemó en la hornilla que había en el dormitorio. Dolores intentó impedirlo, llamándole «borde», «cabrón», «borracho», «mal marido», y llegaron a las manos como otras veces, solo que en esta ocasión Miguel agarró un cuchillo de mesa, poco afilado y de punta roma, con el que la apuñaló varias veces, cortándole la carótida derecha. Ella cayó al suelo, desangrándose, y él se fue de casa, marchando sin rumbo fijo por las calles del barrio de San Antón.

En una de estas calles fue encontrado por el guardia urbano Cecilio Gracias, quien al observar su aspecto (la cara cubierta de tiznes, ensangrentadas las manos, rota la manga derecha de la camiseta, manchas de sangre en la camisa, el pantalón y los zapatos) avisó al policía Antonio Fuentes. Ambos le preguntaron qué le había pasado, y Miguel respondió: «He matado a mi mujer porque quería hacerme cabrón». Fue llevado directamente a la cárcel.

Faltaban diez minutos para las nueve de la mañana cuando el juez, el fiscal y el médico forense, acompañados por varios guardias, se personaron en la casa número 30 de la calle de la Huerta.

Encontraron el cadáver de Dolores detrás de la hoja derecha de la puerta de la entrada, sobre un gran charco de sangre, «habiendo otra mancha en la pared próxima de la que se desprendían chorreones hasta el suelo», anotaría el oficial del juzgado, quien siguió describiendo la inspección judicial: «siguiéndose un rastro de sangre por el zaguán pasadizo y corral contiguo en estension de más de 13 metros fue encontrado el cuchillo», que Miguel había dejado caer en el corral, «á cuya izquierda está situada la habitacion de los esposos Terol, cuyo aspecto era de la mas estremada miseria; encontrándose en una hornilla en que aun se notaba calor algunas bolas de las que se usan para rifas, chamuscadas y quemadas; delante de una silla un gran golpe de sangre y en su centro unos billetes y á la derecha una cesta y dos botijos volcados y derramada el agua que contenían».

El juez ordenó que el cadáver de Dolores fuese trasladado al hospital para que se le practicara la autopsia.

Durante el juicio que se celebró unos meses más tarde se supo que algunas vecinas de Miguel y Dolores, seis días antes de la muerte de ésta, habían denunciado ante el alcalde de barrio la conducta escandalosa de la fallecida y de su amigo Manuel Tomás, «que llegaban hasta encerrarse en el cuarto de la ciega», extremo este que fue confirmado por el niño Asencio Terol.

El fiscal pidió para el procesado la pena de muerte por delito de parricidio, con agravantes de alevosía y abuso de superioridad. Pero el juez, considerando que no hubo abuso de superioridad por cuanto Miguel era tuerto y apenas veía por el otro ojo, y que en el momento del crimen se hallaba arrebatado y obcecado por las graves injurias que le dirigía su mujer, el 21 de enero de 1882 le condenó a la pena de cadena perpetua.

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