La berlina tirada por dos caballos y guiada por un lacayo vestido con librea emprendió la salida de la finca, levantando una pequeña polvareda tras de sí. Dentro iba una única pasajera: Isabel María Pío de Saboya y Spinola, condesa de Fuensalida y Grande de España. Más conocida como Princesa Pío.

La finca de la que salía, llamada Fabraquer por hallarse en la partida del mismo nombre de la universidad de San Juan, era de su propiedad desde hacía 45 años. Era una heredad de 154 tahúllas, con casona de tres plantas, en la que solía pasar casi la mitad del año. En el semisótano de la casa había una bodega en la que se guardaban varios cientos de cántaros de vino añejo, contenidos en una quincena de toneles, procedente de los viñedos que se cultivaban en los terrenos de la finca.

Mientras observaba los viñedos a través de la ventanilla del carruaje, Isabel rememoró la alegría con la que su querido esposo se estrenó como cosechero en 1752, con una producción de 2.500 cántaros de vino. Pero enseguida la alegría se trocó en nostalgia. Hacía casi ocho años que él había fallecido y aún seguía añorándole.

Isabel se había casado con Antonio en Madrid a principios de 1747. Era el yerno de su administrador en Barajas, tenía 29 años y era viudo. Isabel también era viuda. El 7 de octubre de 1736 había contraído matrimonio en Madrid con Manuel de Velasco López de Ayala, conde de Fuensalida, Barajas, Colmenar y Casa Palma. Cuando enviudó diez años más tarde, sin haber tenido hijos, Isabel descubrió que la casa de Fuensalida se hallaba sin caudales, en una situación económica tan desastrosa que no tenía posibilidades siquiera de recuperar su dote. Todavía no había transcurrido un año cuando se casó en segundas nupcias con Antonio, de quien estaba tan enamorada que no le importó las críticas con que fue recibido su compromiso. Y es que en la Corte no se vio con buenos ojos que Isabel Pío, poseedora de varias Grandezas de España en su genealogía, pretendiera contraer tan desigual matrimonio, desposándose con hombre de condición mucho más modesta. Pues Antonio José Valcárcel Pérez-Pastor, nacido en Hellín en 1717, aunque era caballero santiaguista y heredero de los vínculos y mayorazgos situados en su villa natal y en Letur, se hallaba muy lejos de ella en la escala social por la que se regían en la Corte.

Isabel era hija de Francisco Pío de Saboya y Moura, príncipe Pio y marqués de Castel Rodrigo, y de Juana Spinola de la Cerda, hija a su vez del marqués de los Balbases y nieta de los duques de Medinaceli. Su padre había sido el primer noble italiano que se puso al servicio de Felipe V durante la guerra de Sucesión y fue nombrado mariscal de campo en 1705, gobernador de las Armas de Sicilia y caballero de la Orden del Toisón de Oro en 1708, gobernador y capitán general de Madrid en 1714, capitán general de Cataluña en 1715, Grande de España en 1720 y, a partir de 1722, caballerizo mayor de la princesa de Asturias, Luisa Isabel de Orleans, a pesar de que la princesa carecía de caballeriza propia.

Nacida el 23 de noviembre de 1719, Isabel tenía dos hermanos mayores (Leonor, nacida en 1707; y Gisberto, en 1717) y una hermana menor (Lucrecia, 1723).

El padre de Isabel tuvo una muerte trágica: La noche del 15 de septiembre de 1723 fue arrastrado por la riada que inundó la casa de campo del conde de Oñate, junto a Recoletos, en donde se encontraba celebrando el cumpleaños de su anfitrión y cuñado, siendo localizado su cadáver al día siguiente flotando en el río a varias leguas de Madrid.

El Consejo de Castilla nombró a su madre tutora de ella y de sus hermanos, por ser menores de edad. Su hermano Gisberto, por ser el único varón, heredó los títulos y mayorazgos paternos. Vivían en una casa de la madrileña calle de Hortaleza, pero en 1725 se trasladaron al palacio de Carlos Homodei, marqués de Almonacid y marqués viudo de Castel Rodrigo (en la plazuela de Afligidos), que había fallecido sin descendencia y había testado sus mayorazgos y marquesado a favor de Gisberto.

Su madre falleció en 1738 y sus hermanos se casaron entre 1725 y 1741.

Su matrimonio con Antonio se celebró en secreto el 21 de febrero de 1747 en la parroquia madrileña de Santiago, pero pronto se hizo público, provocando el desagrado de la Corte y, lo que era mucho más grave, la desaprobación del monarca. Como consecuencia de ello, los nuevos cónyuges fueron desterrados.

Llegaron a Alicante a finales de aquel mismo año en compañía de un reducido séquito de servidores.

Ante la sorpresa y expectación general de los alicantinos, y más especialmente de la nobleza local, Isabel Pío y familia fijaron su residencia en una mansión de la calle Postiguet. La misma a la que se acercaba ahora el carruaje en el que ella volvía del Fabraquer. Un palacio en el que habían nacido sus diez hijos entre 1748 y 1764, aunque a la mitad los perdió siendo niños.

A principios de 1760 se levantó el destierro contra ella y su familia, pero para entonces estaban acostumbrados a vivir en Alicante y decidieron permanecer aquí. Su marido fue nombrado síndico personero en julio de 1766 e Isabel se encontraba a gusto con las amistades que había granjeado entre la alta sociedad alicantina.

Aunque también por aquellos años comenzaron los problemas con su primogénito. Antonio Valcárcel Pío de Saboya se había convertido en un joven de costumbres tan disipadas, que su padre decidió encerrarle una temporada en el castillo de Santa Bárbara. Pero al salir de la fortaleza retomó su conducta derrochadora y disoluta, por lo que fue enviado durante otra temporada a Cartagena, de donde regresó a mediados de 1770, coincidiendo con la recuperación de títulos y herencias por parte de sus padres, que ampliaron la mansión de la calle Postiguet con edificios colindantes, hasta convertirla en un soberbio palacio.

El 13 de marzo de 1772, el primogénito de Isabel Pío desposó a Tomasa Pascual del Pobil y Sannazar, hija de Juan Pascual del Pobil y Rovira, regidor perpetuo por el estado noble. Lo hizo sin el consentimiento de Isabel y su esposo, lo que provocó el ostracismo social de los recién casados, pues hasta el regidor acabó echándoles de su casa.

Se fueron a Orihuela, donde nacieron los dos primeros nietos de Isabel Pío.

Suspiró Isabel al evocar aquellos tristes recuerdos, mientras se apeaba del carruaje con ayuda del mayordomo, Agustín Lasterra.

En 1773, el primogénito reclamó judicialmente a sus padres ayuda para alimentar a su familia, ganando el litigio y obligándoles a pagarle 4.000 libras anuales.

Al año siguiente se reconciliaron y el hijo regresó a Alicante con su familia.

En 1776 falleció Gisberto, hermano de Isabel, sin dejar descendencia, pese a que se había casado dos veces. Isabel entonces se convirtió en princesa Pío y marquesa de Castel Rodrigo; y su primogénito en conde de Lumiares.

En 1781, el primogénito, cuya reconciliación con sus padres había durado poco, se marchó a vivir a Valencia.

En 1785, el marido de Isabel fue nombrado prior del recién constituido Consulado de Mar y Tierra; y cinco años más tarde, en julio de 1790, pocos meses antes de morir, compró una hacienda situada a la orilla del mar y junto a la desembocadura del río Seco, conocida como Musey, de casi 300 tahúllas y dotada de ermita, casa y bodega.

Tras la muerte de su padre, el primogénito volvió a Alicante, separado de su esposa y fijando su residencia en una casa de la huerta. Sus actividades durante los años siguientes (contrabando de tabaco, participación en juegos prohibidos, condenado por una falsa denuncia de atentado contra su vida?), hicieron imposible una reconciliación con su madre, según rememoró ella con tristeza en tanto entraba en su palacio de la calle Postiguet.

Muerta su hija Catalina en 1792, Isabel pasó sus últimos años de vida en compañía de sus hijos Francisco de Paula y María Luisa. Falleció el 7 de marzo de 1799, en su palacio de la calle Postiguet, ahora Gravina, que actualmente alberga el Museo de Bellas Artes (MUBAG).

La información aquí utilizada se la debo a Rosario Die Maculet, autora del artículo «Lejos de la Corte», publicado en la Revista de Historia Moderna, 2012.

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