Resulta aburrido semana tras semana tener que hablar de la escandalera en que se ha convertido el Ayuntamiento de Alicante. El único consuelo es que mayor tedio soportará el portavoz del PP, Luis Barcala, apenas sin trabajo porque ninguna de sus críticas podrá superar jamás los ataques que los socios del tripartito se lanzan entre ellos a diario. Por si faltaba alguien en sumarse a la fiesta, el viernes apareció el portavoz del PSOE en Alicante, Lalo Díez, el hombre que mayor provecho ha sacado nunca del carné de manipulador obligatorio para quienes trabajan en hostelería. Díez arremetió contra el conseller de Transparencia, Manuel Alcaraz, por atreverse a decir lo que es obvio: que un político que utiliza las redes sociales para denigrar a los demás no merece el cargo que ostenta. No es que Alcaraz sea precisamente alguien que necesite defensa, sabe hacerlo muy bien él solo, pero me llama la atención una andanada como la de Díez y sospecho que en realidad el portavoz socialista, empresario de éxito de la noche y representante de locales del sector, ha salido a la palestra porque se ha visto retratado, él que tanto ha abusado de la mensajería y de internet para defender sus intereses particulares, organizando campañas, entre otros, contra el vicealcalde Pavón o contra este periódico. Dice Díez que Alcaraz lo que quiere es ser candidato a la Alcaldía de Alicante (visto lo visto, los dioses le oigan, aunque me temo que no) y, recurriendo al cantonalismo de bajo vuelo que tanto parece gustarle ahora al PSOE alicantino -que no podía llegar a menos, como determinados personajes jamás soñaron con llegar a más- añade que «alguien que salió corriendo a Valencia cuando le dieron un cargo y un coche oficial no nos va a dar lecciones de nada», rematando que «está claro que Alcaraz está más preocupado por sus conferencias y artículos que por la conselleria». Díez pertenece a esa «falsa izquierda» que padecemos, en feliz definición de Javier Marías, en realidad más reaccionaria que nadie, que siempre ha abominado del pensamiento y ha despreciado a quienes lo practican y que pontifica desde la barra de un bar a falta de méritos para ser invitada a una tribuna. Qué hartura, de verdad, qué fatiga dan.