Eran los coches más caros de salida en la subasta municipal de vehículos por la que ayer se interesaron medio centenar de personas en la puja celebrada en el pabellón Pitiu Rochel. Cada uno de los cuatro Mercedes partía de un valor de 6.000 euros y se acabó pagando por ellos 61.500 euros, un negocio ruinoso para las arcas municipales que hace un año pagó 277.000 euros por los coches fúnebres, fruto de la sentencia definitiva tras haber impedido que se erigiera un nuevo crematorio en Babel.

Las cuentas que hizo el entonces vicealcalde del PP y concejal de Atención Urbana, Andrés Llorens, apuntaban a que se perderían 140.000 euros, porque pagó una media de 55.000 euros por vehículo y en el mercado de segunda mano se estimaba que saldrían por 20.000. Pero su valor quedó depreciado más todavía en la subasta de ayer, y cada uno de ellos alcanzó una media de 15.000 euros, con lo que las pérdidas finales para el Ayuntamiento en este tema ascienden a 215.500 euros.

El primero de estos vehículos de alta gama que se subastó protagonizó la puja más prolongada en el tiempo, teniendo en cuenta que salía por 6.000 euros y se fueron sumando cantidades a razón prácticamente de 10 euros por oferta hasta alcanzar los 12.560 definitivos. La expectación en las gradas alcanzó un nivel tan alto que cuando se dio por concluida la venta hubo un aplauso generalizado. Para los tres siguientes coches, el presidente de la mesa de subastas advirtió que las ofertas subirían de 500 en 500 euros, lo que agilizó significativamente la puja que alcanzó respectivamente los 18.000, 16.000 y 15.000 euros. Un mismo participante adquirió tres de los cuatro vehículos.

El segundo momento más esperado por los asistentes, tras la subasta de los coches fúnebres, llegó con un turismo Triumph Spitfire rojo, un ejemplar de colección que salía por 1.000 euros.

José María, entusiasta de los coches antiguos, con otros cuatro en su haber, pujó hasta los 4.000 euros por el Triunph y posteriormente confesó que habría estado dispuesto a llegar hasta los 6.000. Consciente de que tiene que destinar un dinero para restaurarlo, los ojos le brillaban de emoción por lo que consideraba una exitosa compra.

Las adquisiciones se pagaron al contado y en metálico y desde la mesa de la subasta se tomaba nota a mano de la identificación de los nuevos propietarios y se guardaban los billetes en una pequeña caja metálica a la que no quitaban ojo dos policías locales, que también vigilaban la marcha de la subasta.