Norma Romero, una mujer de La Patrona, un pueblo de Méjico del departamento de Veracruz, descubrió hace 21 años que aquellos trenes que pasaban junto a su pueblo llenos de personas iban cargados de migrantes que buscaban una vida mejor. Hasta entonces vivía una vida cómoda en La Patrona cuidando de su familia. Cuando supo las historias de pers0nas que viajaban desde países de Centroamérica que desconocía ya no pudo dejar de ayudar a los que ella llama «mis hermanos». Su historia y la de sus compañeras «las patronas», como se las llama cariñosamente, es de solidaridad y de lucha para ayudar a quienes dejan atrás a sus familias, su pueblo, sus costumbres, su cultura y amigos en busca de una vida mejor. En el camino pasan sed y hambre y en los últimos años, además, las bandas les extorsionan, secuestran, violan a mujeres, mutilan y matan a quienes no pagan los peajes que ellos marcan y truncan sus sueños.

Durante quince días, esta patrona va a dar a conocer su historia por toda España dentro de la campaña de promoción de la No violencia 2018. Con su relato se pretende llegar a los corazones y la solidaridad de todos en un momento delicado en el que Europa es testigo de la huida por miles de sirios que buscan refugio en el continente. Quieren hacer un paralelismo y dar ejemplo de solidaridad y cómo atender a personas necesitadas durante el proceso de migración. Norma reconoce que «me duele ver cuánta gente muere en el camino.

Ayer ofreció su testimonio en el Centro Social Gastón Castelló ante una sala abarrotada de estudiantes de institutos de Alicante y Elche, miembros de colectivos solidarios, sindicatos y vecinos que aplaudieron y se emocionaron junto a ella con sus vivencias.

«Nosotros teníamos trabajo y no nos faltaba de nada. Los alimentos de la canasta básica eran baratos y pensábamos que eso que les pasaba a los migrantes no iba a pasar a Méjico», contó Norma Romero de los primeros años de ayuda, y a renglón seguido explicó que todo ha ido a peor en su país y también la violencia y la pobreza llegaron para quedarse.

En 1995 un grupo de 25 mujeres empezó a preparar comida y a rellenar botellas de agua para entregar en movimiento al paso de los trenes llenos de migrantes. Cada año eran más. «Iba de mal en peor, en 2010 cada tren llevaba más de 800 personas y no era fácil ayudar», cuenta Norma. Ahora son familias enteras las que viajan con sus hijos y ellas tienen hasta un albergue donde dan refugio por unos días. «Se los llevan porque no quieren que entren en pandillas y eso pasa en Méjico también. La violencia estaba lejos y hoy es muy fuerte».

Es partidaria de no juzgar a las personas a las que no conoce. Y advierte de que «el ser humano no camina por gusto, camina por necesidad», para concienciar de que quien sale de su pueblo y deja su tierra arrastra un drama y el dolor de dejar atrás su tierra. «Servir a los que menos tiene nos hace diferentes y más humanos», concluye.