Elena Aguilera Cirugeda me recibe en su casa, en la alicantina calle de Belfast, donde también tiene su estudio de pintora. «Me dedico a la pintura desde siempre», me dice. Estudió Bellas Artes en Madrid, expuso individualmente por primera vez en 1985, en Benidorm, y su última exposición fue en la Lonja, en 2014.

Nació en Alicante hace 53 años. Es hija de Carlos de Aguilera Salvetti y Joaquina Cirugeda Guardiola. «Éramos cinco hermanos: M.ª Jesús, Carlos, Piedad, José y yo, que soy la tercera. Pero mis hermanos varones murieron hace años».

Elena está casada con el escultor Eduardo Lastres y tienen una hija, Judit, que nació en Alicante en 1994 y estudia Arquitectura.

M.ª Jesús vive en Madrid, está divorciada y tiene dos hijos. Piedad vive en Murcia, está casada con Francisco Campillo y tienen un hijo. Piedad y Paco vienen de Murcia expresamente para reunirse con Elena y conmigo.

«Mi padre nos bombardeaba con sus historias familiares cuando éramos niñas. No le prestábamos mucha atención porque no nos interesaban. Sí que le escuchaban con interés sus nietos y mi cuñado Paco, por eso le he pedido que venga», me cuenta Elena, antes de añadir: «Ahora, sin embargo, creo que sí que teníamos que haberle hecho más caso».

Adolescente rebelde, Elena se quitó el «de» de su apellido en el DNI. Ahora está pensando en recuperarlo, en honor a su padre. «Mis hermanas y yo nos reíamos cuando nos contaba que sus antepasados habían poseído no sé cuántas casas, palacios y hasta castillos, pero nosotros no teníamos apenas dinero. Aunque le gustaba mucho la Naturaleza y era ecologista, mi padre tuvo varios trabajos como autónomo, desde agente de seguros hasta publicista, y mi madre era empleada de la CAM. Mi abuelo paterno era el hijo de la segunda mujer del marqués de Benalúa, pero el linaje y el dinero se fueron con la descendencia de su primera esposa. La última marquesa de Benalúa falleció hace unos meses, poco antes que mi padre, sin dejar descendencia, y hay quien nos anima a reclamar el título nobiliario. No sé qué haremos. A nosotras nunca nos ha preocupado lo del linaje, pero quizá nos lo planteemos como homenaje a mi padre. En cualquier caso, tendría que ser mi hermana M.ª Jesús, que es la primogénita, quien debería de reclamar el título».

Sobre la mesa tenemos repartidos los papeles que el padre de Elena y Piedad había guardado en una carpeta, en los que se cuenta ampliamente la historia de la familia, con un gran árbol genealógico en tamaño A1 (60 x 84 centímetros) como documento principal.

«Este legado de mi padre no queremos que se pierda. Nos hace ilusión conservarlo. Nuestros hijos tienen devoción por el abuelo y ahora a nosotras también nos apetece conocer historias de la familia», reconoce Piedad.

«Yo era el único que escuchaba a mi suegro. Tengo ese orgullo», dice Paco. «Sus recuerdos y relatos trascendían lo familiar. Era un hombre con mucha cultura y una forma de entender la vida que supo transmitírsela a sus hijos. Es su gran herencia. Su padre se libró de ser fusilado al principio de la guerra civil en Barcelona gracias a unos parientes suyos. Fue arrestado y encerrado con los demás sublevados en el barco Tucumán, que estaba en el puerto. Lo iban a fusilar por rebelión militar, pero dos de sus hermanos, que estaban casados con dos hermanas Fontcuberta, sobornaron al juez, el cual arregló los papeles para hacerle pasar por civil en vez de militar. Fue llevado entonces a la prisión de Montjuich, de donde fue sacado una noche por un grupo de milicianos de la CNT, pero que en realidad pertenecían a la Quinta Columna y eran enviados por sus hermanos. El chófer era el hijo del conde de Montseny (luego él también lo fue), futuro padre de los célebres periodistas Milá. Lo llevaron a una masía y luego a San Sebastián, vía Francia. Años después, uno de sus sobrinos, Carlos de Aguilera Fontcuberta, le pidió que le cediese el título de conde de Fuenrrubia. Tras consultárselo a su hijo (mi suegro, que era quien iba a heredarlo) decidió cedérselo a su sobrino en agradecimiento a la ayuda que le dieron los Fontcuberta durante la guerra. Este conde de Fontrrubia vive en la provincia de Gerona, en Ventalló, padece alzheimer y no tiene descendientes. Mi suegro decía que, llegado el momento, sus hijas deberían de reclamar la devolución del condado. Son títulos nobiliarios que no dan dinero, pero sí prestigio social. No sé qué querrán hacer mi esposa y cuñadas al respecto, pero a mí me encantaría que mi hijo heredase uno de esos títulos. A mi suegro le hubiese encantado».

Entre las muchas historias familiares que contaba su suegro, Paco me traslada una relacionada con Domingo de Aguilera, quien se casó con una Roca de Togores oriolana de gran fortuna. «Los Aguilera anteriores a mi padre no tenían dinero, pero se casaban con mujeres ricas», puntualiza Elena. «Mi abuelo Carlos se casó con una Salvetti, Elena, que había nacido en la Casa de las Brujas (palacete situado en la avenida Doctor Gadea esquina calle San Fernando, actual sede de la Presidencia de la Generalitat en Alicante), pero al parecer no era propiedad de su familia, sino que estaban alquilados».

«Este Domingo de Aguilera se casó con Rosario Roca de Togores y se fueron de viaje de novios en tren a Mónaco. Nada más subir al tren le pidió al revisor que le avisase cuando se organizase una timba. Poco después ya se había jugado y perdido toda la fortuna de su mujer. Cuando se lo contó, ella se enfadó, y él se indignó porque, decía, un caballero no podía permitir que su esposa le reprochase haber tenido mala fortuna en el juego. Se bajó del tren antes de llegar a Barcelona y no se supo nada de él durante años».