La luz que los ilumina viene de Belén Esteban. Los adolescentes imitan unos modelos sociales lanzados sin escrúpulos por las televisiones menos recomendables. Hablamos de la escuela, aunque no lo parezca. «Deja al maestro, aunque sea un burro» participar en la elaboración de los planes de estudio, suplica Pilar Montero (Madrid, 1958), filóloga, experta en refranes, directora durante nueve años de un instituto de la periferia de Madrid y ahora escritora, para tratar de remediar las faltas a clase, las malas notas y la desmotivación de tantos jóvenes por unos programas obsoletos «que enseñan lo mismo y con los mismos métodos» de hace 40 años sin fomentar la comprensión escrita y oral y descuidando una educación física «fundamental» para cumplir con la sabia receta latina «mens sana in corpore sano».

Montero refleja en «¡Está ardiendo una papelera!» (Ediciones Península) el complicado paisaje de un centro educativo en el que conviven adolescentes de hasta 30 nacionalidades diferentes que imitan unos modelos sociales lanzados por las televisiones menos recomendables y que crecen desatendidos por una sociedad que «delega en los institutos todo tipo de funciones y responsabilidades», antes asumidas por los padres, los abuelos, los tíos y hasta los vecinos.

«Los centros educativos se han convertido en un gran cajón de sastre al que acuden policías municipales, voluntarios de organizaciones no gubernamentales, exalcohólicos, psicólogos, médicos y una legión de monitores de todo tipo para hablar de los peligros del tabaquismo, el alcohol o el sexo inseguro», relata con humor Pilar Montero antes de destripar con esperanza el proceloso día a día en esa «nave interestelar» en la que viajan centenares de adolescentes que se hicieron mayores azotados por la crisis económica. «Algunos no tienen para comprar libros, otros han sido desahuciados de sus casas y los hay que no pueden ni pagarse un bocadillo», expone con toda crudeza Montero.

Dirigir esa nave es una profesión de alto riesgo, advierte la escritora que sabe muy bien por experiencia propia de lo que habla. «Hay que estar con 100 ojos abiertos y no solo con los alumnos», continúa para precisar que muchas veces son peores los adultos que los chiquillos. «En todos los institutos de Secundaria sabrán que nunca falta un padre dispuesto a pegar a un profesor por las razones más peregrinas», revela. Tampoco suele fallar en las estadísticas anuales de los centros la niña que se queda embarazada, la que es maltratada por su padre, el chico al que han pillado robando con las manos en la masa o la joven que no va a clase porque cuida de sus hermanos, hace la casa y prepara la comida.

En medio de esta tormenta perfecta con estudiantes de múltiples nacionalidades y distintas religiones, el calor entra en escena a medida que se acerca el verano para alterar aún más el ambiente educativo. «Como te toque dar clase en un aula que dé al sol, un viernes por la tarde ten por seguro que poco podrás hacer por captar la atención de unos alumnos que se irritan con mayor facilidad», reconoce con la misma resignación con la que dice que cada vez es más «extraordinario» encontrar en un instituto español a un niño que se llame Luis.

«Los más floridos y barrocos son los nombres complicadísimos y dobles de las niñas hispanoamericanas», apunta y entre los españoles, como siempre, los más creativos son los de chicas: Jennifer, Jessica, Janira, Cintia, Ada, Desirée, Zulema, Izamar o Yurema. Los chicos se llaman ahora Cristian, Jonathan, Álex, Carlos David, Adrián, Airam o Aarón.

Todos imitan modelos sociales con visos machistas que no saben hacer la o con un canuto sacados de la televisión más hortera, «poco recomendables y vacíos», que tienen como máximo exponente a Belén Esteban.

Y ¿qué responsabilidad tienen los docentes en los malos resultados académicos de los adolescentes españoles? Poca, para Pilar Montero que deja claro que ella no es ningún payaso o ilusionista para motivar a unos chicos que no entienden que «estudiar es un trabajo que requiere esfuerzo».

«A mí no me pagan por ser divertida, sino por enseñar», insiste al tiempo que reconoce que ni los planes de estudio actuales ni los zarandeos legislativos en la educación favorecen el interés de los adolescentes.

«Los profesores tenemos que enseñar con el Boletín Oficial en la mano y unos programas diseñados con criterios de cantidad más que de calidad», denuncia para concluir como ha comenzado: «Deja al maestro, aunque sea un burro» participar en la elaboración de los planes de estudio, «Nunca falta un padre dispuesto a pegar a un profesor por las razones más peregrinas», «Los planes de estudio enseñan lo mismo y con los mismos métodos que hace cuarenta años». La filóloga madrileña Pilar Montero asegura que los adolescentes «imitan a personajes que no saben hacer la o con un canuto, sacados de las televisiones».