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Demonios más poderosos que un tsunami

Gisela se sentía culpable de haber sobrevivido en las Maldivas al maremoto de 2004; se volcó en ayudar a las víctimas

El tsunami devastó las islas Maldivas y acabó con la vida de decenas de personas. Gisela Schmitz-Roth estaba allí. Vio con sus ojos la destrucción. Fue consciente de que esa ola gigante pudo acabar con su vida. A sus amistades, les confesó que se sentía culpable por haber sobrevivido. Para superar el trauma, se volcó en ayudar a las víctimas y a sus familias. Ya en Alemania participó en grupos de terapia. La otra vía de escape fue el arte. Sus «visiones del mundo», así se titulaba la colección que expuso en su estudio de Colonia, están dominadas por el azul del mar, por los motivos acuáticos.

La pintura le ayudó a superar aquel trauma. Pero había otro del que no podía escapar. Era invisible a los ojos de todos. Pero sí se intuía ya en su obra. El lienzo Dejad bailar a las muñecas (Die Puppen tanzen lassen), recogido al lado, ya expresaba el acoso que sufría la autora, su imposibilidad para romper los hilos que la tenían encadenada a un hombre dominante, a un maltratador.

Hay demonios que, poco a poco, imponen su poder, que socavan la voluntad de su víctima. No son, en apariencia, tan devastadores como un tsunami. Pero su crueldad estriba en que, al contrario que la ola, nunca se retiran, nunca dan tregua. Y a veces, matan.

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