En una sociedad en la que el capital ejerce una atracción muy poderosa, era más que previsible que la presencia de la que está considerada como la segunda mayor fortuna del planeta despertaría mucha expectación, especialmente entre los estudiantes. El guión, como es lógico, se cumplió, y fueron muchos los que se dieron cita ayer en el Paraninfo de la Universidad de Alicante con la única intención de poder escuchar de primera mano al mexicano Carlos Slim, presidente empresarial, además, de la Fundación Círculo de Montevideo. Cerrada su conferencia, muchos alumnos cogieron su mochila y directamente se marcharon. Sea como sea, bajo el título «El valor de la eficacia democrática en el desarrollo», Slim ofreció un recetario bastante revolucionario con el que poder hacer frente a la crisis y al desempleo. Trabajar menos días, más horas y más años es el principal punto de la hoja de ruta que marcó, además, con una advertencia muy clara: no hay tiempo que perder. Hay que acometer los cambios, y acometerlos ya, para amortiguar la crisis y evitar situaciones como las vividas a lo largo del siglo XX. Las propuestas, además, las hacía en ese laboratorio de ideas que es el Círculo de Montevideo, donde están representados exjefes de Estado y de Gobierno y reconocidos empresarios, entre los que estabas Esther Koplowitz y su hija Esther Alcocer, de FCC.

De entrada, el empresario mexicano avisó de que en estos momentos nos enfrentamos a lo que denominó un «gran cambio civilizatorio», que, aunque ya ha comenzado, tendrá un largo recorrido. Eso es lo que le sirvió para justificar su reivindicación de que son necesarios cambios, y que se hagan cuanto antes. «El cambio de la sociedad agrícola a la sociedad industrial fue muy doloroso. Hubo grandes revoluciones, guerras civiles y guerras mundiales, y experimentos sociales como los nacionalismos, los fascismos o los comunismos», apuntó, para, acto seguido, poner el acento en que ahora nos enfrentamos a una nueva transición: la transición de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento.

«Ya no es importante la fuerza física, eso lo hacen las máquinas. Se necesitan personas que sepan manejar esas máquinas», sentenció. Conocimiento, innovación, tecnología fueron algunos de los términos que introdujo en su discurso. Ahora bien, por encima de todo, habló de bienestar para la sociedad y, especialmente, de productividad. Sí, sobre el papel la jornada son 40 horas, al menos en España, pero en realidad no se llega a ese tiempo, dijo haciendo gala de su faceta de empresario. Entre el «coffe-break», el «brunch» y otras cosas, dejó caer, se trabajan 30 horas, 32, 33, «quién sabe cuánto», apostilló. Ponía en duda así, sin llegar a decirlo expresamente, que realmente eso que dice el papel sobre la jornada laboral efectivamente se cumpla.

Eso es lo que le sirvió precisamente para hilar con el problema del desempleo y, en particular, el desempleo juvenil, y para proponer esos cambios en la jornada laboral que permitan dar entrada al mercado laboral a otras personas redistribuyendo la jornada. «Hay que hacer ajustes y trabajar 32 ó 33 horas a la semana en tres días, y los otros cuatro días nos darían calidad de vida y posibilidades de capacitarnos, o a quien quisiera trabajar mucho tener dos empleos», puntualizó.

No fue la única propuesta que hizo en este campo. «Retirarse a los 62 años, como en España, hace insostenible la política de jubilaciones que está vigente», señaló. Como alternativa, se mostró partidario de alargar la vida laboral hasta los 75 años. «Y aquí en la mesa pasamos de esa edad», apostilló en tono irónico. «Estamos en una sociedad del conocimiento y de la experiencia y eso se vuelve más fuerte a partir de los 60 años», añadió.

Tampoco pasó de puntillas por los salarios de los cargos públicos. Poco menos que defendió que si queremos que la democracia funcione mejor, políticos y funcionarios deben estar mejor pagados. «Me sorprende cuando alguien llega a un puesto público y dice que se va a bajar un 50% el sueldo o un 25%. Al revés, debe haber salarios razonables que permitan al funcionario o al legislador dedicarse a su trabajo con tranquilidad, y no estar preocupado por tener problemas de recursos», dijo ahondando en este tema. Por si con eso fuera poco, alegó que hasta en Singapur los sueldos son mejores que en España. «Faltan sueldos razonablemente buenos, que no los distraigan de su actividad fundamental», concluyó. Vendía así un antídoto contra la corrupción, aunque en ningún momento utilizó ese término ni otros similares como mordidas.

Más allá de ese recetario económico, Slim entró en otras cuestiones. Se mostró muy crítico con el poder legislativo, del que dijo que parece una «fábrica de leyes», con normativas muchas veces incompatibles entre sí, y denunció que hay inocentes en prisiones de todo el mundo en estos momentos, hasta el extremo de llegar a cifrar la población carcelaria que está entre rejas de forma injusta en un 20%.