No llevaba ni cinco minutos hablando cuando, sin quererlo, el que fuera presidente del Gobierno entre 1982 y 1993, Felipe González, se convirtió en el protagonista de la mañana en la cumbre que celebra hasta hoy el Círculo de Montevideo en la Universidad de Alicante. Exponía la necesidad imperiosa que tienen las distintas administraciones públicas de dar cuenta detallada y precisa de la ejecución de sus presupuestos para evitar corrupciones y corruptelas cuando todo saltó. Un grupo de estudiantes que, hasta ese momento, estaba sentado en el patio de butacas del Paraninfo se levantó y alzó varias pancartas, y empezó a lanzar consignas varias y a increpar al socialista a los gritos de «fascista» y «asesino».

En un primer momento, Felipe González trató de continuar con su discurso, pero no hubo forma. Al final, tuvo que callar. Incluso hizo un intento, frustrado también, de tratar de defenderse y reconducir la situación. Nada. Al final, las cosas volverían a su cauce media hora después, y después de que el rector de la UA, Manuel Palomar, le pidiera disculpas públicamente, mientras el aforo le daba su reconocimiento en forma de aplausos. No fue el único. «Tengo que felicitar al fascista Felipe González, que tanto contribuyó al retorno de la democracia en España. Así paga quien no entiende el premio», subrayó el expresidente de la República de Colombia, Belisario Betancur, recuperando de nuevo los aplausos en el auditorio de la UA, en su conferencia, que siguió a la del mandatario español. También el expresidente de Chile Ricardo Lagos acabaría lanzándole a González algún que otro capote en su alocución.

«No se preocupen, estoy acostumbrado, aunque hacía años que no me pasaba, pero este año me he renovado, porque hace unos meses, cuando visité Caracas para defender las libertades contra el abuso de poder y contra el totalitarismo, la consigna era totalmente la misma», sentenció. Tiraba de ironía y de todo el aplomo del que era capaz, aunque se le notaba cierto gesto de disgusto después de la protesta que le había cortado.

«Era la misma descalificación y el mismo insulto que en Venezuela. Por tanto, no me impresiona nada. Lo que me impresiona es lo bien que funciona la globalización, porque pasan muy rápidamente las consignas de una parte a otra», añadió el expresidente.

Sin embargo, dejó claro que en absoluto se considera un fascista o un asesino. «Lo más chocante es que a los constructores de la democracia en nuestro país les llamen fascistas», dijo arropado por más aplausos.

A partir de ahí retomó su discurso justo donde lo había dejado. Volvía así a abogar por un software que permita a la ciudadanía conocer en abierto y prácticamente en tiempo real la ejecución de un presupuesto para evitar la corrupción. No fue su única reivindicación. Alertó literalmente, y con mucho ahínco, de que «uno no puede caer en la tentación de judicializar la política, si no quiere tener de vuelta una politización de la justicia». Alguien en ese punto pudo haber pensado que se refería a España, con el agravante, además, de que a sólo unos metros estaba sentado el exministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón. Y es posible que, en el fondo, también lo dijera por España, pero no hizo ni media alusión a este país, sino a Venezuela, donde, más allá de esa politización, denunció que la Justicia independiente no existe. «Ahora tenemos distintas situaciones, y la peor es la invasión del poder ejecutivo en el caso venezolano, y, además, es un modelo de referencia que puede estar detrás de los gritos que hemos oído, ésos de que eso sería la democracia y esto sería una traición», apostilló volviendo a tirar de ironía.