Para vergüenza de Europa y del mundo entero, la fotografía de un niño de tres años tendido boca abajo, sin vida, en una playa turística de Turquía, avivó ayer las conciencias y miles de ciudades europeas y decenas de españolas se han lanzado hoy a ofrecerse como refugio de inmigrantes y demandantes de asilo político que, como el niño de la foto, pagan con su vida huir del horror de las bombas, de la tiranía de sus gobiernos o, simplemente, del hambre.

Pero cuidado. Muchos de quienes ayer se avergonzaban y derramaban lágrimas por el cuerpo inerte del niño de la playa son los mismos que anteayer pedían poner alambradas en las fronteras, frenar la inmigración, dar preferencia a los de aquí a la hora de encontrar un empleo con independencia de su preparación. Los mismos que opinan que por ser rumana o nigeriana se es prostituta; o que por ser marroquí pueden robarte el bolso o sacarte una navaja. Si nos rasgamos las vestiduras nos las rasgamos con todas sus consecuencias.

Ya está dicho, aunque conviene repetirlo: quien deja su país, su casa, su familia, sus amigos o su barrio para intentar rehacer una nueva vida en la rica Europa no lo hace para lucir bolsos de lujo o vivir sin trabajar. Lo que les arrastra a intentarlo y pagar muchas veces con su vida es la desesperación, el hambre y el miedo.

Se llamaba Aylan, tenía tres años y huía con su familia del horror de la guerra en Siria.