Fe Rovira trabajó en Francisco Albert Bordados y Plisados, en la avenida de la Constitución, hasta que a los 21 años se casó, y entonces ya se quedó en casa, explica. Él trabajaba también en la Fábrica de Tabacos, y tras la guerra pasó a la estación de tren. «Mi marido, tras la guerra, estuvo 15 meses en campos de concentración, y como era del PCE, cada vez que pasaba algo se lo llevaban». Murió hace 22 años, quiso que lo incineraran, y lo tiraran al mar, y en cada aniversario la familia tira claveles al agua en su recuerdo. Como no tuvieron hijos, viajaron bastante, a Portugal, Suiza, Francia, Italia, incluso a Rusia. «No los tuvimos y no nos llegamos a plantear nunca por qué. Trabajábamos mucho, y tenía muchos sobrinos. Fui la segunda madre de todos, y todos se portan muy bien, señal de que yo también lo hice». Con ella estuvieron ellos y demás descendientes en la celebración de su cien cumpleaños, en el que tuvo su tarta. Cuenta Fe Rovira que si viviera ahora estudiaría Enfermería ya que tuvo que empezar a trabajar con 14 años. Pero siempre le gustó la política, reconoce, y devorar los periódicos que llevaba a casa su marido. Hoy sigue al día de las noticias.