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Historia de un desencuentro

Alicante y Elche han especulado con uniones de diferente calado desde los años 90, y todas fracasadas

Historia de un desencuentro

Alicante y Elche han soñado en varias ocasiones en las últimas décadas con convertirse en algo más grande que ellas mismas uniendo su innegable potencial. Turismo y servicios, industria y agricultura, una población conjunta de más de medio millón de habitantes y una ubicación estratégica en el Corredor Mediterráneo con vistas a dos continentes. Demasiadas posibilidades para ser ignoradas por los visionarios locales que, sin embargo, han ido viendo cómo este proyecto se ha convertido en una utopía impotente ante la «realpolitik», el interés individual y el cortoplacismo. Desde las primeras sugerencias de impulsar un eje Alicante- Elche de finales de los 80 hasta los intentos de absorción administrativa de una ciudad sobre otra que desembocaron en ruptura a principios de los 2000 y en los actuales intentos tímidos por mirar en la misma dirección, pasando por el sueño de los 90 de distribuir el desarrollo provincial desde el centro de un triángulo con vértice entre Alicante, Elche y Santa Pola: la de ayer es la enésima «cumbre» alicantino-ilicitana que se propone vivir de cara y no de espaldas. Repasamos los hitos del «puedo pero no quiero» que han sido los intentos de unión entre las dos grandes ciudades de la provincia.

El eje y el Triángulo

En 1991, la provincia disponía de recursos y de indicadores económicos que le permitían pensar a lo grande. El Club de Inversores, un lobby empresarial impulsado por los empresarios Manuel Peláez, José Orts y Vicente Sala, decidió utilizar la tesis del arquitecto Alfonso Vegara, apostar por un desarrollo conjunto de ambas ciudades bajo la denominación eje Alicante-Elche, como plan estratégico de crecimiento. Vegara, contratado por la agrupación con el fin de desarrollar esta idea que las instituciones del PSOE aún no terminaban de ver, incluyó Santa Pola como otro vértice natural de esta unión: así nacía el Triángulo y con él casi un lustro de optimismo donde un grupo de empresarios y técnicos convencieron a parte de la sociedad y a un buen número de políticos de que toda la provincia ganaría si Alicante y Elche quedaban unidas por vías rápidas que atravesaran núcleos de desarrollo tecnológico e industrial utilizando como contrapeso residencial y lúdico las fachada marítimas de Alicante y Santa Pola. En el año 93, el concepto había sido bendecido por la CEOE, aunado a entidades públicas e iniciaba su periplo, ya con el padrinazgo de la Conselleria de Industria, hacia el Ministerio de Obras Públicas en busca de un lugar en los Presupuestos. La designación de Alicante como sede de la OAMI y la ubicación de esta euroagencia no tanto al final de una ciudad como al principio de un sueño conurbado fue el espejismo de realización de un proyecto del que sólo prosperaron la actual Vía Parque -construida en 2003 en plena ruptura de las negociaciones- y el Parque Empresarial de Elche. IFA y el aeropuerto continúan esperando a ser conectadas con algo desde entonces.

En 1996, el director del consorcio para la creación del Triángulo, el exrector Ramón Martín Mateo, daba por muerta la iniciativa y culpaba de su defunción a las consellerias y a los ayuntamientos por no querer ceder competencias ante la posibilidad de perder el control del territorio.

Ruptura metropolitana

Si bien el PSOE de Lerma terminó apoyando la visión de los empresarios, el vuelco electoral del 95 permitió que el PP la recepcionara, desmontara y añadiera nuevas ideas. A finales de la década, en 1999, el equilibrio de poder territorial que lograba el Triángulo iba a perderse con su descomposición en dos iniciativas: el llamado PATEMAE (Plan de Acción Territorial del Entorno Metropolitano Alicante y Elche), que se convertía en un programa de infraestructuras de conexión carente de contenido político; y la Ley de Áreas Metropolitanas, un polémico y extraño intento de ordenar grandes concentraciones urbanas en la Comunidad Valenciana. El PATEMAE quedaba a expensas del recorrido de esta iniciativa legislativa que encontró en el alcalde ilicitano Diego Maciá una resistencia numantina a su aprobación.

Los vientos de concordia se tornaron en tambores de guerra: Por la nueva ley Elche quedaba convertida en una «barriada de Alicante» al interpretarse que el peso decisorio sobre las prioridades de un área metropolitana recaía en el municipio más poblado, en este caso la capital, Alicante. En 2001, el conseller de Justicia y Administraciones Públicas Carlos González Cepeda renunciaba a convencer a los ilicitanos de que entraran en la demarcación y garantizaba que nadie iba a vulnerar la autonomía local de la ciudad. Ambos proyectos del PP quedaron sepultados en el olvido.

Un lustro más tarde, una insólita carrera entre el Consell, la Diputación (con Vegara de nuevo como director técnico) y la Cámara de Comercio por presentar ideas de futuro para desarrollar la provincia resucitará la idea de fusión entre urbes alicantinas. En sus respectivos planes estratégicos para la provincia -en los albores de una inesperada crisis- las instituciones volvían a fantasear con uniones que nunca se llevaron a cabo.

Inspirados sin embargo por el plan estratégico de la Diputación, ese mismo año las corporaciones de la sucesora de Alperi en Alicante, Sonia Castedo, y el socialista Alejandro Soler en Elche volvían a explorar el crecimiento conjunto. En varias reuniones propusieron unificaciones de los planes generales. Elche receló de la propuesta dada la falta de suelo que condiciona el desarrollo de Alicante.

No hubo actuación alguna antes de que, en 2011, se volvieran a reunir ambas ciudades tras el cambio en el Ayuntamiento de Elche en las municipales que permitió que dos alcaldesas del PP estuvieran por primera vez al frente de Alicante y Elche. Se prometieron compartir servicios -mantenimiento y red eléctrica- y mirar en la misma dirección en proyectos como el AVE o el aeropuerto. La disputa por Ikea y la doble imputación de Castedo hizo que acabaran su mandato prácticamente sin dirigirse la palabra. Y las ciudades, igual.

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