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Menores transexuales

«Mamá no soy un niño, soy una niña»

Con menos de tres años ya querían ponerse vestidos y jugar con muñecas. Dos familias alicantinas con hijos transexuales narran la frustración y la doble vida que llevaron hasta que les dejaron vivir con libertad el sexo sentido.

Patricia, a la derecha, juega a las muñecas con su hermana CARLOS RODRÍGUEZ

Con apenas un año el hijo de Encarnación González se pasaba el día con una muñeca en la mano y a los dos años el resto de niños le llamaban marica. A esta vecina de Elda le costó mucho asimilar que tenía un hijo transexual, hasta que una década después sabe que su hija no es quien está equivocada, «es la sociedad la que le crea un problema por no aceptarla como es». Por el camino, muchas lágrimas y mucha frustración. «Como madre no te puedes imaginar lo duro que es que a tu hijo con cinco años no le inviten a los cumpleaños, que se burlen de él y que cada día ir al colegio se convierta en una tortura». Los 10 años marcaron un límite. «El pediatra me decía que no hiciera nada, que llegada la pubertad se le pasaría. Pero yo me puse en contacto con asociaciones que me aconsejaron que expresarse como realmente se sentía». Así, los vestidos sustituyeron a los pantalones, creció la melena y las muñecas también salieron del armario. Encarnación habla de «tránsito», porque realmente ha supuesto todo un cambio y no sólo estético. «Cuando estos niños no pueden mostrarse tal y como son es cuando se portan mal porque se sienten frustrados y llegan los intentos de suicidio y otros problemas similares. Ahora mi hija es otra, se siente feliz y la gente, cuando le explicas las cosas como realmente son, las acepta y entiende».

También está feliz Patricia, la hija de María, otra vecina de la provincia de Alicante que esconde sus verdaderos nombres por miedo «a las etiquetas». En su caso el tránsito ha llegado antes, hace apenas dos semanas, recién cumplidos los 5 años. «No fuimos de vacaciones a un camping y ahí dejé que se pusiera un vestido. Estaba feliz. Le iba diciendo a todo el mundo que era una niña». Fue principio del fin de una doble vida. «Llegaba del colegio y lo primero que hacía era ponerse los vestidos de su hermana y maquillarse». Aunque esta doble vida se ha mantenido hasta final de curso, el año que viene María tiene claro que su hija acudirá a clase como siempre ha deseado, vestida de niña y llamándose Patricia. Porque ella también notó desde muy temprano que las piezas, con su hijo pequeño, no encajaban. «Nunca cogió un coche, jugaba con cosas de niña y a los tres años me decía "mamá, ¿tú sabes que yo no soy un niño? soy una niña"».

La Asociación Diversitat tiene contabilizados en la provincia seis casos de menores transexuales. Una realidad que poco a poco comienza a ser visible y a estar normalizada, aunque en pleno siglo XXI todavía haya muchos vacíos que llenar. El primero, el de la asistencia sanitaria. Tanto Diversitat como las familias critican que no haya un protocolo común en todas las unidades que tratan a estos menores. El abordaje estándar para estos casos es el bloqueo de la pubertad, para que el cuerpo no se desarrolle en el sentido contrario al deseado, y pasados dos años el tratamiento hormonal cruzado que permite, por ejemplo, que crezca el pecho o salga vello. Las mayores discrepancias vienen por las edades en las que se inicia cada uno de estos tratamientos.

«En el Hospital General de Alicante me dijeron que no hiciera nada hasta que mi hija cumpliera 14 años», explica Encarnación González. Una edad que ella considera demasiado elevada. «Con esos años muchos niños ya se han desarrollado». A 150 kilómetros de distancia, en el hospital Doctor Peset de Valencia «estos tratamientos comienzan por lo menos dos años antes». De hecho, su hija, que acaba de cumplir los 12 años, comenzará el los próximos días con el bloqueo puberal en el hospital valenciano. «Ella está empezando a pasarlo muy mal porque ve que su cuerpo no se desarrolla como el del resto de las chicas de su clase».

Desde el Hospital General de Alicante aseguran seguir las recomendaciones del Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición. La entidad sostiene que los datos de persistencia indican que hasta el 95% de los niños prepuberales que dicen sentirse del sexo contrario al del nacimiento no lo seguirá experimentando tras la pubertad. Por este motivo, «y dadas las consecuencias irreversibles del tratamiento hormonal, es necesario realizar un cuidadoso diagnóstico y una evaluación exhaustiva individualizada». Los padres lo tienen muy claro. «Esto no es un capricho de las madres que queramos una niña o una moda pasajera de nuestras hijas».

Pero el sanitario no es el único motivo de lucha. En las escuelas el desconocimiento hacia esta realidad es casi total. «No hay ninguna iniciativa que surja de la propia administración. Desde la Fundación Daniela, especializada en el acompañamiento a estos menores, sí que se desplazan voluntarios a dar charlas en los centros educativos donde estudian alumnos transexuales», explica María. En su caso ha tenido que ser ella la que ha explicado la situación a los compañeros de clase de su hija a través de un cuento. Los vacíos legales, en estos casos, también se convierten en abismos. «Estoy tratando por todos los medios de cambiar el nombre de mi hija en todos los documentos legales», explica Encarnación. Y es que «es muy frustrante que vayas con tu hija a la consulta del médico, por ejemplo, y que salga la enfermera llamándole por su nombre de chico». Juan David Santiago, de Diversitat, pide que se apruebe una Ley Integral de Transexualidad que regule todos estos aspectos para dar normalidad a una situación que hasta hace bien poco, y por vergüenza, se quedaba dentro de las casas.

La Fundación para la Identidad de Género calcula que una de cada 10.000 personas nacidas varones es un transexual femenino y una de cada 30.000 nacidas mujeres es un transexual masculino.

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