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Adiós entre la aceptación y el desencanto

Los políticos de la provincia que dejan su cargo narran lo mejor y lo peor de su paso por el Ayuntamiento de su localidad o por las Cortes

Pleno del Ayuntamiento de Alicante la pasada legislatura. ANTONIO GARCIA

Se atribuye al filósofo francés Bossuet la frase: «La política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir». Y es que cuando dejan el poder, muchos alcaldes, diputados y concejales sufren una especie de síndrome que les dificulta la vuelta a la vida normal en la que uno no tiene al chófer en la puerta ni el camarero conoce qué vino prefieres con el solomillo ni vas rodeado de una corte de asesores. Todos saben al llegar al poder, al menos en teoría, que ese trabajo tiene fecha de caducidad pero no son raros los casos en los que se resisten a dejar el sillón y en los que verse excluidos de las listas conlleva cabreros, depresiones y, en muchos casos, un serio revés económico, sobre todo cuando, tras varias legislaturas, la política se ha convertido en un oficio del que uno depende para comer. En otros casos, son los propios políticos los que deciden dejarlo por cansancio, problemas de salud o deseo de dedicar más tiempo a la familia como señalan algunos políticos de la provincia que, una vez que se constituyan los nuevos ayuntamientos y el nuevo Consell, deben volver a su empresa, a su puesto de profesor o de funcionario, a su bufete o, directamente, a buscarse la vida. Ocho de ellos analizan para este diario su paso por la política, sus inicios, satisfacciones y sinsabores y cómo afrontan la despedida que se va a producir en los próximos días.

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