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Crónica de un tiempo que fue

La despedida del restaurante Jumillano es reflejo de un cambio de época en la ciudad de Alicante

Crónica de un tiempo que fue

La historia de una ciudad no se escribe solamente con hitos y acontecimientos, personajes políticos, instituciones públicas o modificaciones urbanísticas. Hay una crónica de la vida ciudadana muchas veces por escribir. En esa crónica, que en tantas ocasiones refleja mejor el cambio que afecta a muchos aspectos de la vida de las gentes, está la historia de sus industrias, del comercio o, como es el caso de hoy, de un establecimiento tradicional de nuestra hostelería. La evolución del Jumillano, desde sus inicios en 1941 hasta el cese de actividad apenas transcurridos dos meses de 2015, son reflejo del cambio de Alicante en los últimos setenta y cinco años.

La calle Camarada César Elguezábal -dedicada a un estudiante falangista fusilado en noviembre de 1936, junto a otros cincuenta detenidos, como respuesta al bombardeo conocido como el «de las ocho horas», en que la aviación franquista machacó la ciudad de Alicante- fue una de las primeras calles en edificarse en el llamado Barrio Nuevo tras la Guerra de Independencia. Su primera denominación fue «Igualdad», por ser sus edificios de similar tamaño en amplitud y altura. Hasta 1880 su trazado era corto, apenas dos manzanas, desde la actual calle del Teatro a la conocida como calle del Diluvio, por donde penetraban en el barrio las aguas que se acumulaban en la muralla. En 1885, con el derribo de la muralla y la apertura de la avenida de Alfonso el Sabio, la calle Torrijos, que es como se llamó durante más de un siglo, adquirió su actual identidad. Después de la Guerra Civil se le cambió el nombre por el actual aunque muchos alicantinos siguieron utilizando el del general liberal o el muy popular de «calle de los Ciegos», por ubicarse al principio de esa calle, entre Gerona y Colón, la sede de la ONCE donde cada noche se efectuaba el sorteo, con bombo y ante la chiquillería del barrio, de los tradicionales cupones.

En el número 64 de esa calle se instaló en 1941 el primer negocio de una familia, los Pérez, llegada de Jumilla. La primera actividad fue la venta de aceite y vinos. En aquellos años, en el tramo superior de la citada calle tenían su refugio carros y caballos utilizados en la ciudad para el transporte de mercancías del vecino Mercado Central y su Lonja. Entre dichos locales evolucionó el negocio de la familia jumillana de almacén a bar de chateo y tapas hasta convertirse, con el desarrollo turístico de la ciudad y su costa en la segunda mitad de los años sesenta del pasado siglo XX, en restaurante. Cuatro generaciones de la familia Pérez, como mínimo, protagonizaron esa transformación del negocio inicial que se extendería a la primera línea de mar, en El Campello, cuando en 1976 abrió sus puertas el denominado Jumillano 2. Fue el momento en que los hermanos Pérez Mejías, que habían compartido la barra del local abierto por el abuelo además de sendas localidades de barrera de sol en el coso taurino de la plaza de España, se diversificaron.

En el centro de la ciudad, en César Elguezábal, se quedó Miguel Pérez Mejías, que hizo del Mercado Central, apenas cruzar una avenida, su base de operaciones. El éxito del Jumillano fue siempre una cocina de temporada y de confianza, fruto del trato diario y la amistad con muchos de sus proveedores del Mercado. Aún hoy, retirado de la primera línea del negocio, es posible reencontrarse con Miguel recorriendo los puestos antes de regresar con las bolsas en la mano a su vivienda familiar en el Cabo de la Huerta, en Playa de San Juan.

En los años ochenta se amplió el Jumillano. La barra de entrada y las apenas cuarenta plazas entre la puerta de acceso y la cocina, a cuyo frente estaba Cruz Martí, se extendieron primero a los tres comedores principales de la planta baja -con sitio para 154 comensales- y, después, a los tres salones privados («El camarote», «Santa Faz» y «La columna») de la entreplanta. Son los años de mayor esplendor del negocio, reconocido en 1989 con el Premio al Mejor Restaurante de la Comunidad Valenciana, un galardón instituido por la Generalitat Valenciana un par de años antes y que tuvo como primer premiado a otro establecimiento de similares características, el Nou Manolín de la cercana calle Villegas, también en el primitivo Barrio Nuevo. Miguel Pérez Mejías fue presidente de Cuina i Tertulia, la primera asociación que puso en valor la gastronomía de esta tierra, que buscó una unión que hiciera fuerza y bregó, hasta conseguirlo, que se abriera por la Generalitat el CDT en el castillo de San Fernando, la escuela de formación de restauradores.

En 1991 llegaría el premio de la Cámara de Comercio al establecimiento tradicional y en 1998 la Medalla de Plata al Mérito Turístico. Son los tiempos en que El Jumillano era cita obligada tanto al medio día para comidas de negocios -¡cuantos acuerdos políticos y económicos se han gestado en alguno de sus salones privados!, ¡qué de secretos si las paredes hablaran!- como por la noche, al salir de un concierto o una representación en el Teatro Principal o antes de ir al cine. En los preestrenos del Club INFORMACION la cita en el Jumillano era habitual. Después de que un García Berlanga, Bigas Luna o Manuel Ivorra y su inseparable Verónica Forqué presentaran a los espectadores invitados su última película nos desplazábamos, mientras se proyectaba el film en las pantallas de los Aana, Navas, Monumental, Casablanca o Arcadia, al comedor del Jumillano donde camareros tan competentes como Málaga o Córdoba -jubilados hace muy poco tiempo- atendían a directores y actores. Bigas Luna, con quien Antonio Dopazo y yo compartímos varios preestrenos, disfrutaba con las croquetas de jamón, la ensaladilla rusa o la ventresca con tomates de Mutxamel antes de hacer los elogios de una inevitable parrillada de verduras de temporada. Hasta los pescados que esperaban cocina en la barca de acceso a los salones disfrutaban con los comentarios del realizador catalán, tan terral en todas las manifestaciones de su vida.

No he hablado con Miguel ni con su hija, ahora al frente del negocio familiar, pero tengo para mí que el cierre del Jumillano es reflejo de un cambio de época. Ha cambiado la gastronomía al uso, han cambiado también muchos de nuestros hábitos, pero, sobre todo, ha cambiado Alicante. Ya no hay ninguna entidad financiera con sede social en la ciudad -desaparecieron el Banco de Alicante y Caja Mediterráneo, ¡ay!- y apenas quedan empresas, constructoras o industriales, con peso para gestar y hasta soñar nuevas iniciativas alrededor de una buena mesa. Entre malandanzas y la crisis ha cambiado todo. La historia del Jumillano, del primitivo almacén de aceites y vinos al restaurante de referencia que fue, es el reflejo de cómo ha evolucionado nuestra ciudad. Una crónica tan real como la vida misma.

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