Tras los atentados del 11-S en Nueva York y el 11-M en Madrid, el escenario internacional dio un giro de 180 grados. Occidente tomó conciencia de su vulnerabilidad frente a un fenómeno que hasta ese momento parecía ser sólo un titular de prensa sobre escaramuzas en alejados lugares del mapa mundi. La Guardia Civil y la Policía Nacional, volcados tradicionalmente en el universo abertzale, tuvieron que poner todo su ingenio, a contrarreloj, en especializarse en el nuevo enemigo: el terrorismo islamista. En estos diez años desde Atocha, la apuesta ha dado frutos: detenciones y condenas de islamistas en territorio valenciano -entre otros- lo avalan.

Pero el virus yihadista muta y se perfecciona a golpe de avance policial. «En Nueva York, Londres o Madrid, eran comandos quienes actuaban. Su acción requiere una actuación previa que resultó detectable para la policía. Los dirigentes de Al Qaeda se dieron cuenta y cambiaron por completo la estrategia», explica un alto mando de la lucha antiyihadista.

Así entró en escena en 2011 el llamado lobo solitario. El perfil es claro: un joven criado en Occidente, musulmán -de origen o converso-, radicalizado, entrenado en campos de los feudos yihadistas de Irak, Siria, Yemen... El objetivo es captar jóvenes asentados en Europa, pero desarraigados. Chicos y chicas recién salidos de la adolescencia -cuando no menores- que creen encontrar en el radicalismo religioso islámico la familia que no tienen. Se repite una y otra vez el bajo nivel cultural y académico, la desestructuración o desconexión familiar, la baja autoestima, en algunos casos, la entrada en la delincuencia... Son presas fáciles. Y muy manipulables.

El gran lobo yihadista les convence de que todo infiel debe morir, y que todo se hace por la causa de Mahoma. Los hermanos Kouachi -segunda generación de inmigrantes, huérfanos criados en un orfanato, con el odio latente,-, protagonistas del atentado al semanario «Charlie Hebdo», son el ejemplo perfecto.

¿Hay en la Comunidad Valenciana jóvenes que pueden caer o estar ya en las garras del yihadismo más feroz? Responde, sin paños calientes, un alto mando policial: «Sí». ¿En Valencia? «Sí». ¿Cuántos? El silencio por respuesta.

De momento, sólo ha saltado a los titulares de prensa el caso de la alicantina Dolores H., convertida al Islam y casada con un fundamentalista de origen magrebí, que fue detectada al cruzar la frontera con Marruecos, cuando supuestamente iba a reunirse con su marido en Siria.

A los chicos se les entrenará para convertirlos en perfectas máquinas de matar y morir en nombre de Alá pero en beneficio de los nuevos señores, entre otros, del petróleo iraquí; a ellas, en el mejor de los casos, se les convence de que deben vivir enterradas bajo un velo de clausura y desigualdad; en el peor, sólo serán carne para el apetito sexual de los muyahidines en ciernes.