Es peligroso casarse a los sesenta, alertaba la película de Paco Martínez Soria. Pero todo ha cambiado. Las bodas están de moda entre los mayores, que han olvidado aquello de «hasta que la muerte nos separe» y han enterrado el luto riguroso hasta la tumba. El número de matrimonios celebrado por personas de más de 60 años se ha duplicado en la última década en la Comunidad. Si en el año 2003 se celebraron 444 bodas con más de 60 años, en 2013 esta cifra se ha elevado a 861.

Se trata de niveles nunca conocidos y que aún contrastan más al ser comparados con los 377 casos de veinte años atrás (1993). «¡Es que estar solo es muy malo y muchos viudos lo pasan mal!», razona José Sanchis, presidente de una asociación de jubilados. Es una de las explicaciones a un fenómeno con muchas caras y que no puede perder de vista otros dos rasgos que destaca el abogado Antonio García Benito, experto en uniones de mayores: «Por un lado, el espectacular alargamiento de la esperanza de vida y en buenas condiciones. Por otro, el cambio de las concepciones sociales: ahora no está tan mal visto volverse a casar aun siendo mayor».

Según la cifras del Instituto Nacional de Estadística, la evolución de bodas de mayores es constante desde los años noventa. Pero el auténtico boom se ha producido durante esta última década y, con más énfasis todavía, durante los años de la crisis. Hay un origen de este aumento escondido entre las cifras. Es el divorcio, un proceso al alza entre los mayores. Se han triplicado en una década las rupturas matrimoniales al pasar de 440 en 2003 a 1.410 en 2013.

Ésa es la cantera que nutre a los casados con más de 60 años. Porque los viudos se siguen pensando mucho unirse en matrimonio (incluso van a la baja) y prefieren el método de toda la vida ahora tan extendido entre los jóvenes: ponerse a vivir juntos sin formalizar la relación. La explicación es sencilla: «Si son divorciados y se casan, cuando uno de los dos muera al otro le quedará la pensión de viudedad. Mientras que si los dos son viudos y cada uno cobra una pensión, si se unen en matrimonio por segunda vez, por lo general la mujer pierde su propia pensión de viuda [salvo si se casa con un hombre mayor con escasos recursos] y no les compensa en lo económico. Por eso, muchos prefieren no casarse y, simplemente, ponerse a convivir», explica Sara Radaidedh, directora de una veterana agencia matrimonial.

Ese anhelo es justamente el contrario en muchos mayores. Entre ellos, un matrimonio que supera los 70 años y que, hartos el uno del otro pero incapaces en lo económico de asumir una separación, han tomado una solución salomónica: trazar una raya amarilla en su vivienda para partir la zona de cada uno. Él le paga una cantidad por lavarle la ropa. Ella le abona los desplazamientos en coche que necesita. Compran a medias lo necesario y pagan la factura a escote. Cada uno tiene su televisor: en el salón o en el despacho. Y mantienen el trato justo. Se trata de un caso extremo, sin duda.

Pero aunque haya que aguantar, las personas casadas son más felices que las solteras. Así lo recoge una tesis doctoral en Psicogerontología defendida en 2013 en la Universidad de Valencia por Encarnación Satorres Pons. A través de una encuesta a 1.208 personas mayores de 65 años, la tesis Bienestar psicológico en la vejez y su relación con la capacidad funcional y la satisfacción vital recopila varios estudios que demuestran que «el matrimonio es uno de los mayores predictores de bienestar subjetivo y que las personas casadas informan de un mayor grado de satisfacción con la vida que las personas solteras, viudas o divorciadas». Quedarse viudo se asocia a un mayor riesgo de padecer diversos cuadros psicopatológicos, sobre todo desórdenes afectivos.

Otro dato: el furor de los matrimonios tardíos -con el correspondiente auge de los divorcios sexagenarios- presenta una diferencia notable por sexos. Los hombres siguen encabezando los casamientos después de cumplir los sesenta. En 2013 se casaron 643 novios mayores de sesenta años en la Comunidad Valenciana. Las novias de esa edad que contrajeron nupcias fueron apenas 218. O sea: los hombres triplican a las mujeres en las bodas con más de sesenta años.

Por la otra parte, el furor de bodas entre los mayores de sesenta años contrasta con la profunda crisis que vive la institución del matrimonio entre los jóvenes. Al observar con detenimiento los últimos datos del INE, se comprueba que el número de matrimonios de menores de 30 años se ha desplomado. Si en 1983 se contrajeron 32.874 matrimonios menores de 30 años, en 1993 se formalizaron 31.775 bodas y en 2003 se unieron 30.348 jóvenes por la Iglesia o lo civil, la cifra del año 2013 baja a los 8.202 matrimonios con alguno de los dos esposos menores de 30 años. Es decir: casi cuatro veces menos que diez años. Al contrario que sus abuelos, la idea del matrimonio la ven más distante. Y cotizando a la baja.