Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historiador, profesor de la Universidad de Alicante

Armando Alberola: «Repasar el pasado climático puede ayudar a prevenir desastres»

«En nuestras tierras los episodios hidrometeorológicos de signo extremo son abundantes»

Armando Alberola. PILAR CORTÉS

En nuestros días resulta difícil sustraerse al debate del denominado cambio climático. La inquietud ante lo que puede deparar este proceso que parece nos encamina hacia un calentamiento global provocado por la acción antrópica, invita a echar una mirada a las variaciones experimentadas por el clima de la Tierra a lo largo de la historia. Entre ellas, ofrece gran interés la fase conocida como Pequeña Edad del Hielo, vigente en el hemisferio norte entre mediados de los siglos XIV y XIX. El libro que se presenta esta tarde estudia el impacto que dejaron en España las oscilaciones climáticas propias de la Pequeña Edad del Hielo, un periodo de tiempo pródigo en episodios extremos de origen atmosférico o geológico de consecuencias catastróficas. La historia demuestra la persistencia secular de estos episodios y sus efectos, por lo que un conocimiento del pasado climático ayudaría a entender el porqué de los mismos y debería contribuir a diseñar las imprescindibles medidas de prevención y protección por parte de quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad y las vidas de todos. El último libro de Armando Alberola trata de aclarar conceptos.

¿Cuál es la línea argumental del libro?

El libro obedece a un encargo de la editorial Cátedra que buscaba un estudio que tuviera en cuenta la actual preocupación sobre el cambio climático pero que la contemplara con perspectiva histórica. Como llevo 20 años trabajando sobre cuestiones referidas a los episodios de signo hidrometeorológico y natural de signo extremo (sequías, tempestades, riadas e inundaciones, heladas, terremotos, erupciones volcánicas, plagas agrícolas...), podía efectuar esa reflexión. Eso sí, con un capítulo introductorio en el que pusiera sobre la mesa la evolución del clima terrestre, sus oscilaciones y las circunstancias actuales, cuándo surgió la preocupación por todo ello, el gran debate en torno al asunto, y qué medidas se vienen tomando desde la década de los 70 del siglo pasado hasta hoy en que se han publicando hasta cinco informes del denominado Panel Intergubernamental de Expertos en el Cambio Climático. La inquietud ante lo que pudiera deparar este proceso que parece nos encamina hacia un calentamiento global invita a echar una mirada a las variaciones experimentadas por el clima de la Tierra a lo largo de la historia. Entre ellas, ofrece gran interés la fase conocida como ña Edad del Hielo, vigente en el Hemisferio Norte entre de los siglos XIV y XIX.

¿En qué consistió la Pequeña Edad de Hielo?

Este fenómeno climático de carácter global se caracterizó por una gran variabilidad y un acusado descenso de las temperaturas que provocaron catastróficos efectos en la agricultura y en las gentes, víctimas de hambrunas y enfermedades. El libro recorre con detalle, apoyado en abundante y muy variada documentación de archivo (manuscrita) e impresa los acontecimientos padecidos en España durante los siglos modernos (ss. XVI-XVIII; aunque el estudio llega hasta mediados del XIX) los cuales vienen a coincidir sustancialmente con la denominada Pequeña Edad del Hielo. También tienen cabida los medios que las gentes de la Edad Moderna pusieron en marcha para intentar hacer frente a los problemas derivados de una meteorología adversa (sequía, frío, precipitaciones extraordinarias) que impedía en muchas ocasiones la recogida de las principales cosechas (cereal, vid, etc), lo cual provocaba graves carencias de productos de primera necesidad, el alza desmesurada de los precios, hambre, enfermedad y muerte y, en última instancia, alborotos y motines de subsistencias. Esos medios fueron de carácter técnico: construcción de embalses, azudes, canales y sistemas de riego eficaces (de resultados modestos). También apelaron a remedios de carácter espiritual, estrechamente vinculados con la religiosidad de la época: procesiones, rogativas, conjuros y exorcismos.

Se publica en medio del debate sobre cambio climático. ¿Como investigador, cual es su valoración? ¿Existe cambio o lo que sucede ahora ya ocurrió antes como, por ejemplo, su investigación sobre la Pequeña Edad de Hielo en los siglos XIV y XIX?

El libro intenta mostrar el impacto que dejaron en la España de la Edad Moderna las oscilaciones climáticas que caracterizaron la Pequeña Edad del Hielo o Pequeña Edad Glaciar. Un fenómeno climático de carácter global que no tuvo un desarrollo lineal y que, en su fase más aguda, coincidió con el periodo histórico que denominamos Edad Moderna. Comenzó a dejarse sentir en torno a los primeros años del siglo XV, y concluiría en la segunda mitad del siglo XIX aunque, según algunos autores, su final se podría alargar hasta comienzos del XX.

¿En qué consistió?

Sus rasgos definitorios fueron un progresivo empeoramiento de las condiciones climáticas conocidas hasta esos momentos y una enorme variabilidad, con descensos de las temperaturas medias de la Tierra en torno a uno o dos grados y el incremento de la frecuencia de inviernos muy fríos en Europa central y septentrional. En el Mediterráneo, además, proliferaron los episodios de sequías acompañados de precipitaciones de rango extraordinario y grandes inundaciones. Las fuentes documentales destacan -entre otras circunstancias- el acusado descenso de las temperaturas, la persistencia de nevadas incluso fuera del período invernal, el congelamiento de cursos fluviales, la pérdida de cosechas y vidas humanas así como el recurso a rogativas y procesiones en demanda de una mejora de las condiciones atmosféricas. La información de archivo se complementa con la proporcionada por los testimonios sedimentarios, glaciológicos, dendrocronológicos y biológicos, y que permiten establecer las circunstancias que se vivieron en cada uno de los períodos y fijar con mayor fiabilidad los momentos más duros de la Pequeña Edad del Hielo.

¿Podemos estar ahora ante el inicio de una nueva Pequeña Edad de Hielo?

No lo parece. A comienzos de los años setenta del siglo pasado sí que hubo estudios que iban en esta dirección. Pero en la siguiente década cambiaron bruscamente los indicadores que comenzaron a apuntar hacia un calentamiento. En la actualidad el alza de las temperaturas medias confirma esta percepción y los expertos alertan sobre el impacto que la acción antrópica tiene en ello. Incluso se acuñó el concepto de «variabilidad antrópica» que, en conjunción con la «variabilidad natural del clima», resulta determinante para la alteración del clima del planeta Tierra hacia un calentamiento producto de la abundancia de gases de efecto invernadero.

Algunos expertos sí sostienen que sí existe cambio climático y que en la provincia se manifestará en mayores sequías y lluvias torrenciales más intensas. ¿Lo comparte?

La hipotética relación entre calentamiento global y desastres hidrometeorológicos y naturales fue puesta encima de la mesa con relativa rapidez en los inicios del debate acerca del cambio climático; pero con la misma celeridad fue científicamente descartada. Sin embargo, ello disparó un interés creciente por determinar hasta qué punto el denominado cambio climático puede ser el causante de los frecuentes trastornos observados en el comportamiento de la Naturaleza. Por eso esta cuestión ha desbordado el marco estricto de los debates científico-académicos constituyendo ya un tema de conversación habitual entre la gente de la calle. A ello ha contribuido la frecuencia con que se vienen sucediendo acontecimientos extremos de signo hidrometeorológico y geológico de consecuencias catastróficas que los medios de comunicación difunden con eficacia y rapidez.

Por ejemplo...

El ciclón Gorky en Bangladesh (1991), huracán Mitch en Centroamérica (1998), huracán Katrina en la desembocadura del Mississippi (2005); ciclón Sandy en la región del Caribe y toda la costa oriental de los Estados Unidos entre Florida y Nueva York (2012); super-tifón (baguio) Haiyan en el sur de Filipinas (2013) con sus 14 millones de personas afectadas. Sin olvidar las olas de calor (Europa occidental, 2003) o los temporales de frío y nieve (Rusia, 2012; las navidades de 2013-14 en los estados del NE de Estados Unidos como consecuencia de un desplazamiento hacia el sur del Vórtice Polar), o los terremotos de Taiwan y Turquía en 1999, de L'Aquila (2009), Haití o Chile en el año 2010; los terribles tsunamis inmediatos a fuertes sismos de altísima magnitud que afectaron al sudeste de Asia en diciembre de 2004 y a Japón en marzo de 2011; o del que azotó, en abril de 2012, la parte occidental de la isla de Sumatra con una magnitud de 8,7 grados en la escala Richter, tsunami incluido.

¿Se pueden sacar conclusiones y actuar al respecto?

En nuestras tierras los episodios hidrometeorológicos de signo extremo son abundantes. En el libro se da cuenta de ellos. Nada de lo que acontece en la actualidad resulta desconocido. Es más, la historia demuestra la persistencia secular de estas calamidades en espacios geográficos perfectamente identificados, de ahí que una incursión en el pasado climático puede ayudar a entender algunos de estos sucesos de efectos catastróficos y debería contribuir a diseñar las imprescindibles medidas de prevención y protección por parte de quienes tienen la responsabilidad de velar por nuestra seguridad y, por supuesto, nuestras vidas.

Consecuencia directa del «cambio climático» es el problema del desequilibro en el consumo y recursos hídricos en la provincia de Alicante. ¿Qué opina de los trasvases? ¿Y las desaladoras?

El desequilibrio entre recursos hídricos y consumo de los mismos es algo consustancial a nuestras tierras. No en balde aquí se encuentran las mejores muestras de cómo el ingenio, el trabajo y la inversión de nuestros antepasados hicieron posible que la tierra pudiera dar frutos. Ahí están la quincena larga de pantanos construidos en tierras valencianas entre los siglos XVI al XVIII, con el modélico embalse de Tibi a la cabeza; los eficaces sistemas de riego diseñados para evitar que se perdiera una gota de agua y férreamente controlados por cómputo horario, los intentos por traer agua desde el Júcar al Vinalopó -los trasvases no son cosa de ahora-, los artefactos para extraer agua desde el subsuelo, la proliferación de boqueras para aprovechar las aguas de avenida para riego. Sin ir muy lejos, en el cauce del río Montenegre tenemos una hermosa muestra de lo que constituyó un eficaz sistema hidráulico para dar riego a la vieja Huerta de Alicante integrado por el pantano de Tibi y los azudes de Mutxamel, Sant Joan y El Campello. Agua había poca, pero se procuraba aprovechar al máximo la circulante. O en exceso, tal y como sucedía cuando llegaba el otoño e irrumpían las precipitaciones de alta intensidad horaria (gota fría decimos hoy) que, con su violencia, podían arrasar campos e infraestructuras. Porque la lluvia, en este país, no sabe llover. Con estas «armas» -convertidas hoy en auténtico patrimonio hidráulico- se enfrentaron nuestros antepasados a los impedimentos del medio físico y meteorológico. Ahora, con mayores avances técnicos, parece que todo puede resultar algo más fácil.

Compartir el artículo

stats