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Con la docencia en la sangre

Familias enteras de profesores analizan el ayer y hoy de la enseñanza

Con la docencia en la sangre

Les divierte enseñar, lo llevan en la sangre, se les nota y lo transmiten a borbotones. Su pasión es tal que ha pasado de padres a hijos desde los años 20 como si de un virus se tratara. «No digo que sea genético porque los médicos no lo admitirían, pero lo tienes que vivir muy de cerca y, sobre todo, te tiene que gustar». Carmen Pérez, profesora del Instituto Figueras Pacheco de Alicante, se mira en su abuela, Juana del Toro, que ya entonces daba Matemáticas y montó un colegio concertado durante la República, Nuestra Señora del Carmen; en la hermana de Juana, Dolores, que tiene una placa en el colegio de Finestrat; en su tía Maribel, maestra de Infantil ya jubilada a la que dio clase la matriarca de la saga; y, como no, en sus padres, maestros que fueron los dos en aquel colegio de su abuela y en una academia por las tardes.

Como si fuera cosa del destino, Carmen se casó con otro profesor, Paco Jover, que ya desde pequeñito lo tuvo claro porque le divertía mucho ir a clase y hacer los deberes «al día». Durante la mili enseñó a compañeros a leer y aquello fue definitivo. Ahora sus hijos, Joan y Mar, siguen la estela: «Formar personas en todos los aspectos, no solo el cognitivo. Gran parte de nuestra labor consiste en enseñar valores sociales y emocionales», sugiere Joan, que aprovecha sus clases de Educación Física en el colegio San Gabriel para incidir en el respeto, el compañerismo, el esfuerzo y la salud. Mar, atleta reconocida, se ha preparado sobradamente para entrar en la enseñanza en cuanto vuelva de las olimpiadas de Río.

¿Privilegiados por las vacaciones y el sueldo? Paco recuerda lo que le decía su madre los domingos, «cuando aparecía cargado de libretas para corregir y preparar las clases: «No se cómo dicen que el maestro no hace nada, si te pasas el día trabajando». Así que hacen oídos sordos a las críticas.

Como la familia Armengol: abuela, padre, los cuatro hijos y tres bisnietos que ahora mantienen vivo el hilo de la tradición docente, sin atender a dimes y diretes: «Hay que estar ahí y no todo el mundo está preparado. Esto es muy vocacional». David, profesor de Geografía e Historia en el colegio concertado Sagrados Corazones del Barrio Obrero, se ve corroborado por sus primos, Piedad y Fernando. «Es muy cansado. Si no trabajas el factor humano, la paciencia y el afecto con los niños y sus familias, y te limitas a lo académico, te quemas». «Hay que estar en forma anímicamente para seguir el ritmo de los niños y tener ganas de entretenerles de forma continua». Admiran al Leonardo Da Vinci que fue su padre en las aulas: «Ya entonces hacía experimentos de laboratorio». También le dio algún que otro coscorrón al mayor, Fernando, «para igualarme a los demás en clase, como era el hijo del maestro..., pero en casa no me tocó nunca».

Mucho ha cambiado la disciplina escolar desde entonces, «para mejor», coinciden ambas familias. Los tíos Armengol aseguran que por muy rebelde que sea un alumno, «si te gusta la docencia acabas llevándotelo al huerto, porque si no, estás perdido». Gloria además es partidaria de la «disciplina cooperativa», lo de que la escuela la hacen los niños, así que no echa de menos tiempos pasados y prefiere «predicar con el ejemplo, porque la ilusión se contagia». Lo mamó en casa tanto como Guillermo, el mayor de los hermanos Armengol y padre de David. Como el resto de la saga, han tratado de emular al padre, maestro en Elche desde el año 31, que fue sancionado y depurado por pertenecer al partido comunista hasta que reingresó en el colegio San Francisco de Asís de Alicante en el 57. «A los cuatro hijos nos convenció para opositar en Magisterio», recuerda Guillermo, que los últimos años de ejercicio dirigió el Juan Bautista Llorca de Villafranqueza. ¿Que si ha cambiado la escuela? Y mucho, asiente, «pero si te centras en el factor humano, no lo notas».

Es lo que más destacan y disfrutan, el trato con los niños y adolescentes. «Los más pequeños saben ahora de muchos más temas y tenemos que luchar contra estereotipos no recomendables», puntualiza Joan. Carmen, su madre, admite que la sociedad ha cambiado mucho y, con ella, los alumnos, pero que «el profesor sólo tiene que reciclarse. Cada vez me resulta más fácil porque manejo mejor la asignatura pero cada año es distinto también».

De la multicopista a la máquina de escribir y el ordenador, el vuelco de la sociedad tiene su reflejo en las aulas, pero nada de ello les asusta, se sienten más motivados. Ni siquiera los continuos cambios de ley pueden con su pasión. «No importa lo que digan los de arriba, hay que trabajar sin perjudicar a nadie», sugiere Gloria. A Guillermo le fastidia que vayamos «para atrás. Todo se ha burocratizado y es muy dirigista, pero la paciencia es la virtud de la enseñanza», concluye. Paco cree que los contenidos son los mismos «pero contados de otra manera» y, más críticos, a Daniel no le parece serio tanto cambio y su primo Fernando, en el colegio comarcal Raspeig, sostiene que con tantas asignaturas los alumnos se desperdigan. En la familia Jover Pérez, Carmen zanja el tema: ninguna ley ha durado para poder evaluarla.

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