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PERFIL.Al general le quitan los galones

Ningún movimiento del socialismo alicantino en los últimos 30 años se puede analizar sin Ángel Franco

Semanas antes del pleno del Ayuntamiento de Alicante celebrado el 26 de abril de 2005 en el que el PP y el PSPV unieron sus votos para aprobar el plan urbanístico de Rabasa, Ángel Franco, entonces portavoz adjunto del grupo municipal que encabezaba Blas Bernal, trató de granjearse el respaldo de la dirección de los socialistas valencianos que en aquel momento lideraba Joan Ignasi Pla. Perro viejo y conocedor como nadie de los entresijos de la organización en la que militaba desde hace más de 40 años cuando el PSOE vivía en la clandestinidad a principios de los 70, Franco sabía que la decisión de apoyar un proyecto urbanístico con 15.000 viviendas al margen del planeamiento y adjudicado a Enrique Ortiz tensionaría la organización. Y, por eso, buscaba el respaldo de Pla para, llegado el momento, parapetarse en el visto bueno del entonces líder de los socialista valencianos.

Incansable, infatigable y capaz de cubrir sus objetivos -muy en la escuela de Joan Lerma, a cuya «familia» en el PSPV siempre se ha sentido vinculado- por agotamiento del rival, Franco cogió una voluminosa carpeta de documentos y se plantó junto a Bernal en una comida que Joan Ignasi Pla compartía con militantes en Novelda. Sabía que el líder del PSPV no se opondría. Le necesitaba para asentarse en Alicante. Aguantó paciente y al terminar se pegó a su espalda. No se movió hasta que Pla -con prisas para volver a Valencia y sin ver ni un sólo papel- se lo quitó de encima y le dijo que podía seguir adelante. Un respaldo que luego tuvo que rectificar cuando se destaparon los detalles de un proyecto urbanístico que, al final y casi una década más tarde, ha terminado con la militancia de Ángel Franco en las filas socialistas.

El episodio define a la perfección la figura de Franco, licenciado en Filosofía y Letras y antiguo seminarista. Nacido en un pueblo de León en 1945, ha desarrollado su carrera en la provincia a caballo entre el PSOE y la UGT, sindicato del que fue secretario general en l'Alacantí entre 1977 y 1988, puesto del que salió tras discrepar de la huelga general que sus compañeros le convocaron a Felipe González. Fue diputado en el Congreso en el arranque de la Democracia y, a partir de 1982, se instaló en el Senado hasta que en las elecciones de 2003, en las que apoyó a Blas Bernal como alcaldable, se decidió a dar el salto a la política municipal como número dos. Su gran anhelo siempre fue optar a la Alcaldía de Alicante. Nunca lo hizo. Era consciente de que su control casi militar sobre el socialismo alicantino -ninguna gran decisión, candidato o secretario general ha salido adelante sin su aval desde mediados de los 90- era inversamente proporcional al recelo que siempre ha despertado entre colectivos ciudadanos y amplios sectores progresistas de Alicante.

Aprobar el plan Rabasa en 2005 fue una prueba más del mando en plaza que tenía el general, como todos le conocen en las filas socialistas. Ahora, al destaparse la trama urbanística, le han quitado los galones obligándole a marcharse del partido. No militará. Pero pocos dudan de que intentará que su sombra planee sobre el PSOE. Al tiempo.

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