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Lo que cuentan los números

Los datos estadísticos recopilados por organismos oficiales y entidades privadas ofrecen distintos indicadores que muestran cómo es y cómo evoluciona la realidad de un territorio

Personas paseando en el litoral de Alicante. ISABEL RAMÓN

Se suele decir que las estadísticas son frías, que los números, por sí solos, no aportan nada. Sin embargo, todos esos datos quieren decir algo, más allá incluso de la cuantificación de una determinada variable. Las cifras de habitantes y sus características aportan mucha información acerca de la población de un territorio, al igual que todas las magnitudes referidas a niveles de riqueza, existencia de bienes de consumo, actividades económicas... Los números siempre explican unas circunstancias, a veces incluso por sí solas, sin necesidad de compararlas con las de otros territorios u otros años. No obstante, si se entra a interpretarlas, la información que se obtiene de ellas es mucho más profunda, ya que se puede conocer mucho más acerca de la realidad socioeconómica de un territorio, su contexto y sus perspectivas de futuro.

La provincia de Alicante ocupa el número 41 en el «ranking» estatal en cuanto a su superficie. Un territorio pequeño que, sin embargo, está entre los más poblados de España: el cuarto, según las últimas cifras definitivas, o bien el quinto, si se toma como referencia el avance del padrón de 2014, aún no oficial. A partir de la magnitud demográfica, y de la actividad turística que denota el elevado número de hoteles y pernoctaciones, se explica casi todo el resto: hay prácticamente un coche por cada dos habitantes, y un parque de viviendas sobredimensionado en relación a la población. En este sentido, la resaca de la crisis es evidente, ya que puede decirse que una de cada seis casas está vacía.

Y no es el único dato negativo: la elevada tasa de paro y la escasa renta per cápita en relación al conjunto nacional (y su disminución) también lo explican. También destaca la atomización empresarial, hasta el punto de que la mitad de las sociedades están constituidas por una sola persona. Asimismo, es significativo que una de cada cuatro empresas sea un comercio minorista. Y también, que el campo va perdiendo importancia, a pesar de la importancia de antaño y de que cultivos como la uva de mesa o el olivar se mantienen fuertes, y de aspectos poco conocidos, como que la cabaña de ganado caprino es de las más numerosas de España.

De esta forma, a grandes rasgos parece que nos encontramos ante un territorio muy poblado que, sin embargo, ha perdido parte de ese dinamismo demográfico y económico. Hasta el inicio de la crisis económica -a partir de 2007-, tal y como señalan los profesores de la Universidad de Alicante (UA) Antonio Martínez Puche y Xavier Amat Montesinos, responsables del Máster de Desarrollo Local e Innovación Territorial (Deleite) de este centro académico, la población alicantina experimentó un importante crecimiento, generado fundamentalmente la inmigración laboral, los flujos turístico-residenciales y la «desconcentración» desde las grandes y medianas ciudades hacia otros municipios.

Los dos expertos destacan, en este aspecto, la «elevada polarización de la población» en ciudades de rango medio, un contexto que hace que la capital no destaque especialmente sobre el resto. Así, a los 335.000 habitantes de Alicante le siguen los más de 230.000 de Elche, y ciudades industriales de interior como Alcoy o Elda, pese a su «dinámica recesiva» actual, siguen siendo «importantes núcleos demográficos». Además, emergen municipios metropolitanos «por el desbordamiento de Alicante», sobre todo San Vicente del Raspeig, y otros «al calor de la bonanza inmobiliaria y las migraciones residenciales procedentes del norte de Europa», como Torrevieja, Orihuela y Benidorm, entre otros. Sobre esta última cuestión destacan que, a pesar de todos los vaivenes, el turismo supone en estos momentos el 13% del Producto Interior Bruto (PIB) de la provincia.

Desequilibrios

Estos cambios demográficos, añaden Martínez Puche y Amat Montesinos, han contribuido a que se produzcan «desequilibrios internos sobre la estructura demográfica o el mercado laboral». Por una parte, en las zonas rurales y más de interior hay una «extraordinaria concentración de población dependiente», en contraste con «las zonas de inmigración laboral o receptoras de los desplazamientos residenciales de proximidad», con una población más joven. Asimismo, en el terreno económico, se ha producido una «disminución vertiginosa de la ocupación agrícola, aumento de la industrial -para luego descender de manera progresiva-, alza de la construcción a partir de 1990 e incremento continuado del sector servicios», en periodos prácticamente sucesivos.

Como factor destacado para el cambio de ciclo, los expertos hacen hincapié en la «fatiga» a la que se llegó en el mercado inmobiliario, como consecuencia de una excesiva dependencia del sector de la construcción en los últimos años, sobre todo en zonas turísticas. Este proceso condujo a una «sobreoferta» de viviendas -cifran el índice en 678 por cada 1.000 habitantes-, que además alcanzaron precios «desorbitados». Con el añadido de un contexto de crisis financiera, las licencias de obra y las transacciones de viviendas «han caído», un retroceso que, de rebote, ha afectado también al mercado de trabajo. Y aún así, recalcan, «los planes urbanísticos continúan avanzando en su tramitación sin modificar su expansivo planteamiento» en muchos municipios.

Por otra parte, Martínez Puche y Amat Montesinos inciden en cómo, con la crisis económica, muchos «se han visto abocados a emprender» en un territorio donde ya la inmensa mayoría de las sociedades mercantiles eran microempresas. Sin embargo, el 95% de los proyectos surgidos en los últimos años al amparo de viveros de empresas «no han llegado a los 5 años de vida». En este sentido, señalan que «faltan herramientas, más allá de las técnicas» para darles una «financiación solvente».

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