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OPINIÓN: La erótica de la perversión, por Jorge Fauró

ace años que la política comenzó a generar un lenguaje propio mediante el cual parece que no se dice lo que se quiere decir, pero se dice. Y si lo que se dice siembra vientos, que las tempestades las recoja otro, porque nunca el que dice quiso decir lo que dijo, etcétera. No es un trabalenguas. Sigan leyendo.

Coprotagonista en un par de sumarios judiciales (en Brugal en el papel de imputada y en Rabasa como denunciada), y presionada por la cúpula autonómica y provincial de su partido para que vaya evacuando el Ayuntamiento, la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, lleva semanas jugando al despiste, jaleando a los suyos en las redes sociales, diciendo cosas que luego dice que no ha dicho, admitiendo, como en las pasadas Hogueras, que cada vez son más los ciudadanos que le piden que monte un partido y demuestre al PP quién dispone del tirón de los votos.

«Lo que tenga que hacer, con paciencia, ahora a esperar el momento oportuno. Hacerlo ahora sería perder impacto», dejó por escrito. De otro embarazo no parece que hable porque acaba de ser madre. Cuando todo el mundo interpreta que la alcaldesa tiene todo preparado para encabezar otras siglas, es de suponer que desde Valencia arden los teléfonos y Castedo recula con el tradicional «jamás» dejaré este partido. Quizá por ello, viéndolas venir, la alcaldesa fue ayer más clara que nunca: «Me da igual ser candidata».

En ese lenguaje encriptado que adora la clase política para insinuar lo que todo el mundo entiende, el jefe del Consell, Alberto Fabra, se desmelenó días atrás en Alicante («sé lo que digo y dónde lo digo») para invitar a marcharse del PP a todos aquellos que lo «avergüenzan». Le faltó mostrar una foto de Castedo y guiñar el ojo a la concurrencia. No hizo falta. La perversión del lenguaje comienza a ser directamente proporcional a la degradación de quien lo utiliza.

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