Sus orígenes se pierden allá por la prehistoria. Venerada por griegos y romanos, la apicultura es una actividad que ha sobrevivido hasta nuestros días sin apenas cambios.

Unas 250 familias viven en Alicante de la miel que les proporcionan las abejas que pueblan casi 94.000 colmenas repartidas de norte a sur por toda la provincia. En los meses de verano, la mayor parte de estas colmenas son trasladadas a otras zonas de España para aprovechar las distintas floraciones que tardíamente van llegando a las zonas más frías de la península, lo que le da a la miel sus distintos sabores. Y es que, la apicultura es un sector trashumante. Jorge Gras tiene 80 colmenas en la zona de Petrer con una población de 40.000 abejas por colmena. La mayor parte de ellas las tiene distribuidas en estos momentos por Soria, Madrid y Segovia, regiones donde florece la lavanda, el roble, la encina o el espliego.

«Nuestra temporada empieza más o menos en febrero con la floración del romero en la zona de Levante», señala Gras. Le siguen los cítricos, en concreto naranjos y limoneros. Entrado el verano se aprovechan las últimas floraciones en la provincia, como la albaida o el rabo de gato y tras ellas, los apicultores ponen rumbo al centro y al norte de España, donde permanecerán hasta bien entrado el otoño. Las abejas son transportadas de noche, encerradas en sus colmenas y a bordo de camiones. El invierno es la época más tranquila, cuando las colmenas requieren de muy poco mantenimiento, pero sólo si el régimen de lluvias es normal. Si se trata de un año seco, las abejas necesitan ser alimentadas a base de productos azucarados para que no mueran.

Si bien la apicultura vivió en la provincia de Alicante su propia crisis de vocación hace unos años, al amparo de la bonanza económica, la recesión le ha devuelto un inesperado protagonismo. «En los últimos años el número de apicultores en la Comunidad ha aumentado entre un 4% y un 5%», señala Félix Campos, responsable en la Comunidad Valenciana de la Sociedad Cooperativa Apícola de España. Como en tantos otros casos, los nuevos apicultores son, sobre todo, ex empleados de la construcción que buscan en este sector una nueva oportunidad para no quedarse laboralmente colgados.

Estabilidad laboral a cambio de unas condiciones de trabajo muy duras, en las que las picaduras de las abejas son lo de menos, como pudimos comprobar recientemente en las colmenas de Jorge Gras, poco antes de que viajaran rumbo al centro de la península. Cuando toca recolectar la miel, las colmenas se manipulan a pleno sol, cargando peso y con la protección de unos trajes, que si bien impiden que las abejas te piquen, disparan la temperatura corporal. El vaciado de las colmenas puede llevar hasta ocho horas de trabajo diarias.

El humo es la única forma de mantener a las decenas de miles de abejas que te rodean a cierta distancia. «Es a lo único que le tienen miedo», explica Gras. Un temor ancestral, «se piensa que es una reminiscencia de los grandes incendios que asolaban los bosques en la época de la prehistoria».

Las abejas obtienen el néctar de las plantas que convierten en miel y lo depositan en los distintos panales que conforman la colmena y que siempre tienen que guardar poco menos de 4 centímetros de distancia entre sí. «Si dejas más separación, las abejas harán otro panal en medio». Todo un complejo ejemplo de jerarquía y orden social. Un microcosmos que es necesario conocer en profundidad para poder entender y trabajar con estos fascinantes insectos. «Tienes que saber de meteorología, de flora y tener mucha experiencia si te quieres dedicar a esto», afirma.

Este apicultor nos explica, por ejemplo, «que jamás puedes quitarles la miel cuando el néctar escasea porque morirán intentando defender sus colmenas o que en épocas de abundancia, un grupo de abejas pueden abandonar la colmena y hacer un enjambre, con su propia reina». También que «se orientan por el sol, poseen un gran instinto maternal o que cuando sienten el peligro segregan una sustancia que alerta al resto de las abejas».

Aunque la forma de extraer la miel poco ha cambiado con el paso de los siglos, la tecnología permite que el trabajo sea ahora más sencillo. Tras sacar los panales de las colmenas y limpiarlos de abejas mediante una brocha empapada de agua, Jorge, ayudado por Justino Arteaga, los llevan al interior de una furgoneta donde una centrifugadora extrae la miel.

En la provincia de Alicante apenas existen envasadoras de miel, la principales están en la provincia de Valencia. La Comunidad es una de las principales productoras de España, con aproximadamente 7 millones de kilos cada año, según explica Félix Campos. Un producto de primera calidad que se exporta a países como Alemania, Francia, Inglaterra, Corea del Sur o los países árabes.

Con todo, el sector vive sus propias amenazas y no son pocas. En los últimos años, los apicultores de la provincia tienen que hacer una inversión titánica en tratamientos para mantener sus colmenas a salvo de la varroa, un ácaro que se alimenta de la sangre de las abejas. Los pesticidas usados para el tratamiento de la semillas también están esquilmando las poblaciones de abejas, algo que en nuestro países sólo ha repercutido de momento en las abejas silvestres. Sin embargo, el problema es acuciante en países como EE UU donde las abejas están desapareciendo. Una situación que, unida a la incorporación de China como país consumidor de este producto, dispara el precio de la miel en el mundo.