Abanicos a dos euros, pistolas de pompas de jabón y tirachinas a cinco, y sombreros a seis. Son los precios de los artículos que vende, para sobrevivir, un joven ecuatoriano en la avenida de Alfonso El Sabio, que a determinadas horas del día parece un zoco por la proliferación de puestos ambulantes de productos tan diversos como bisutería o ajos. El vendedor ecuatoriano, de profesión pintor y albañil, lleva seis años en paro y sobrevive con lo poco que saca, entre 10 y 30 euros según el día. Con este dinero come y se paga el alojamiento ya que dice no tener ni para comprarse un pasaje de avión para volver a su país.

"Nos buscamos así la vida. Trabajamos honradamente, si hubiera cualquier otro tipo de trabajo, de limpieza, lo que fuera, lo cogería pero no hay. Mis padres me educaron para trabajar, no para robar, pero estamos mal porque la Policía nos molesta. Vienen, se quedan con los tirachinas y el resto de la mercancía, y nos multan con 300 euros. Con tantos ladrones de carteras que hay, a quienes persiguen es a nosotros", protesta.

Asegura que hay días que ni come porque no gana, aunque también agradece la solidaridad de personas "que me traen comida, o arroz, aceite y agua". En invierno sobrevive vendiendo la comida latina que él mismo prepara por los parques o instalaciones deportivas donde sabe que suelen acudir personas hispanoamericanas.

"Las tiendas de Alfonso El Sabio no nos dicen nada porque saben que no somos competencia. Pero lo ideal sería que nos dieran una calle para los vendedores ambulantes, seríamos felices", señaló.

En la avenida también suelen plantar su tenderete personas de origen oriental que venden abanicos a dos euros. Dicen que no entienden español, y apenas señalan que les va "muy mal" y que sacan "muy poco dinero".

Conforme avanza la mañana, comienzan a aflorar más tenderetes en distintos puntos y a ambos lados de la avenida. La mayoría venden abanicos y bisutería pero también hay quien ofrece tres mallas de ajos a un euro, al grito de "el rico ajo que lo cura todo", mientras pasan a su lado los turistas con sus maletas. "Qué oferta, qué regalo", añaden. Los vendedores dicen que apenas obtienen lo mínimo para comer, unos diez euros al día. "La Policía viene y nos quita la mercancía, no hay derecho porque no hacemos nada. Nos ponen una multa pero de dónde vamos a sacar el dinero para pagarla", se lamenta un matrimonio que mantiene a sus tres hijos con los ajos.

Los vendedores se mezclan con los repartidores de publicidad, con algunos músicos callejeros y con malabaristas. Entre ellos hay una pareja de Extremadura que lleva un par de meses en Alicante buscándose la vida. Duermen en la playa y con lo que les da la gente comen. "Hacemos esto porque conseguir un trabajo está mal. Nosotros no pedimos, solo intentamos arrancar una sonrisa a la gente que pasa. Muchos van agobiados con los problemas de su vida, y con la cara hasta los pies, y al final se paran a hablar con nosotros". Dicen que normalmente la Policía les deja estar allí, "cuando alguien dice que molestamos nos vamos a otro sitio, aunque de momento ni los vecinos ni los comerciantes han dicho nada".