Un 28 de enero de 1977. Casi al mismo tiempo que el recordado Pedro Zaragoza, pionero del Benidorm que hoy conocemos, se peleaba con las autoridades civiles y religiosas de la provincia, todavía impregnadas por el tardofranquismo, para permitir que los bikinis y los «shorts» se impusieran en la playa de Levante, se firmaba la escritura del Torneo Medieval del Castillo de Alfaz, quizá uno de los ejemplos más veteranos en España de oferta complementaria para el sol y la playa.

Un producto turístico que mueve al 20% de los europeos que salen de vacaciones todos los años y que en la provincia de Alicante (Costa Blanca) representa el principal atractivo para los 10 millones de turistas que visitan las playas de la provincia. Un destino clásico en España que ha resistido perfectamente a la crisis por su excelente equilibrio en la relación calidad/precio, lo que la convierte en una zona anticrisis, y por su seguridad. Un factor esencial para los extranjeros a la hora de pasar sus vacaciones en la provincia que, además, está, de media, a unas tres horas en avión de cualquier ciudad europea.

¿Suficiente? Sí, pero con matices. La Costa Blanca ofrece una buena oferta complementaria, pero ésta parece excesivamente atomizada para su comercialización y, pese a que algunos productos como la gastronomía, la náutica o el golf pueden tener jerarquía propia como producto turístico para tirar de la demanda, no se ha sabido ni querido explotar por el excesivo peso del reino de taifas en el que se ha convertido la comercialización turística. Las administraciones locales, provinciales y autonómicas, bajo el mismo color político en la mayoría de los casos, caminan cada una por su lado y al margen de los empresarios, según apunta Fernando Vera, director del Instituto Interuniversitario de Investigaciones Turísticas de la Universidad de Alicante.

Los municipios y la propia Generalitat cambian de eslogan todos los años en busca de aparentar movimiento pero, a final, todo se mueve en torno al sol y la playa, básicos pero no suficientes para acabar con el modelo de turista de perfil económico medio/bajo por el que compiten ahora que tuvo gran éxito en su día pero que cada día necesita algo más, sobre todo porque en los últimos años han surgido decenas de nuevos destinos turísticos de sol y playa y, por ejemplo, hasta en China un región ofrece ya las mismas infraestructura y arenales que las mismísimas islas Hawái.

Y lo cierto es que la provincia tiene un potencial tremendo que no se ha sabido explotar, aunque en temporada alta se salve el tipo con esos 200 planes que ofrece el Patronato Provincial de Turismo en su página web, lo parajes naturales, la ruta de los castillos, la posibilidad de visitar bodegas o revivir algo parecido al Moulin Rouge en el Benidorm Palace, mal visto simplemente por su años en el mercado y el municipio donde se ubica, pero cuyo espectáculo, dirigido a un público concreto, nunca defrauda.

Este verano, en la provincia se puede montar a caballo, bailar al son de los «Pajaritos» de María Jesús y su Acordeón, vibrar con el «low festival», asistir a un buen festival de jazz, practicar barranquismo, cualquier deporte náutico, participar en visitas teatralizadas a un castillo o recorrer fortalezas muy bien conservadas, ver elefantes en celo, deleitarte de un buen arroz a la orilla del mar, recibir un masaje en un completo spa, o, entre otros ejemplos, sentir el riesgo de lanzarte por un tobogán de agua a varios metros de altura, pero casi todo está enfocado y dirigido a la temporada alta (julio, agosto y septiembre) y ese es el problema. ¿Qué hacer para enganchar al turista los 12 meses del año? Ese es el problema. Que ni empresarios ni, por supuesto, la Administración turística, han sabido ni querido resolver.Toca ponerse las pilas.