Lo mejor antes de meterte un grillo en la boca es respirar hondo y no pensarlo mucho. No sabe tan raro: salado, algo ácido y crujiente. Al fin y al cabo, si un tercio de la población mundial consume insectos de forma habitual, no puede ser tan terrible... Con esta filosofía acudieron ayer un centenar de estudiantes de la Universidad de Alicante al taller sobre la utilización de insectos en la gastronomía organizado por la UA y el Centro Iberoamericano de la Biodiversidad, Cibio, y que culminó con una degustación de diferentes platos realizados con bichos. ¿Se imaginan una tortilla de patatas con saltamontes? ¿Y una tartaleta dulce de hormigas? Pues no están mal. Los saltamontes, una vez pasado el repelús inicial, recuerdan a las anchoas aunque menos salados; y las hormigas, dentro de un bombón de chocolate, sólo se identifican por su textura crujiente y su sabor un poco picante.

Lo peor es la vista, y es que, obviamente, no estamos acostumbrados a ver orugas encima de un montadito de queso cremoso. Pero, una vez que lo pruebas, ves que no es para tanto. "A mí el saltamontes me recuerda a las pipas rancias aunque sin llegar a ser desagradable", indicaba Chechu, una de las estudiantes tras zamparse un tartaleta de hojaldre con ensaladilla y saltamontes, mientras una compañera, a su lado, no podía evitar la cara de asco al ver los pinchos de tortilla llenos de bichitos. "Esto está bueno, con un punto algo ácido", aseguraba David Medina, otro de los alumnos, después de probar una piruleta de mozarella con larvas. "Se trata de no pensarlo mucho y recordar que nosotros nos comemos los caracoles o las gambas que en algunos países resultan repulsivos", argumentaba Jose Manuel, otro de los estudiantes antes de probar las tartaletas de hormigas con queso y miel. La verdad es que la mezcla de la miel con las hormigas y el queso resulta curiosa y no tiene mal sabor. Más difícil resultan de probar los chupitos de gelatina de limón con saltamontes ante los que sólo se atrevieron los más valientes. "No sé qué decir", contaba una de las jóvenes tras comerse la gelatina con cierto apuro. "Sabe a limón con algo crujiente dentro". Junto a ella, una chica provocaba las risas de sus compañeros al negarse a probar los bombones de hormigas "porque no me gusta el chocolate" mientras otro joven se mostraba dispuesto a comer algo "pero con el bicho pequeño".

Las reacciones de los asistentes a la degustación de insectos evidenció el rechazo que existe en la cultura occidental al consumo de insectos pese a que millones de personas en el mundo obtienen con ellos gran parte de las proteínas que necesitan. "Es una cuestión cultural. Nos comemos ostras vivas o pagamos cifras elevadas por una langosta pero rechazamos de plano probar los insectos, algo que en muchos países es algo absolutamente normal", señalaba ayer a este respecto Estefanía Micó, directora del taller de utilización de los insectos en la gastronomía con el que ha culminado el curso sobre biodiversidad que se ha celebrado en al UA desde abril y que se cerró ayer con la jornada de los bichos que suscitó una normal curiosidad por parte de los estudiantes. Aunque el taller estaba programado desde hace meses, la casualidad ha querido que se lleve a cabo en una semana en la que medios de comunicación del mundo entero han recogido las recomendaciones de la ONU de que se potencie el consumo de insectos para combatir el hambre en el mundo. "Los insectos son abundantes y nutritivos. Hay más de 1.900 especies comestibles y unos 2.000 millones de personas en el mundo los consumen habitualmente. Son muy limpios y en su mayoría se alimentan de vegetales. Y encima no engordan. ¿Por qué no vamos a tomarlos? se preguntaba Estefanía Micó en una conferencia previa a la degustación en la que señaló que "todo depende de las modas. Los australopithecus ya comían termitas; en la antigua Grecia, Herodoto ya hablaba de un pueblo libio que hacía tortillas con saltamontes, y Aristóteles decía que una ninfa de cigarra era un bocado exquisito". Para la directora del curso y profesora de la Universidad, "no hay que despreciar ninguna fuente de alimentación saludable en un mundo en el que hay 900 millones de personas desnutridas. Las granjas de insectos serían una fuente de proteínas adicional. Hay que acabar con los prejuicios". En este sentido, la profesora recordaba que, en algunos países, la llegada de una plaga de langostas se considera una bendición por el aporte proteínico que supone para la dieta de los habitantes. "Es que, como dicen por allí, si tienes una plaga, cómetela". Aquí, por ejemplo, y como curiosidad, podríamos comernos el picudo que está haciendo estragos en las palmeras. "Es comestible y parece ser que es un bocado exquisito".

Todas las bondades glosadas ayer sobre los insectos no deben hacer que nadie se dedique, sin embargo, a comerse los bichos que encuentre en su jardín. "Hay que tener cuidado, sobre todo porque hay muchos plaguicidas que son malos para la salud y además hay insectos tóxicos". De todas formas, si usted cree que no ha probado un insecto en su vida, se equivoca. "Todos lo hemos probado. Por ejemplo, uno de los colorantes utilizados habitualmente en la cocina se obtiene de moler la cochinilla". En España, sin embargo, es difícil encontrar platos preparados con insectos. Apenas un par de restaurantes los ofrecen aunque, eso sí, como bocado gourmet. Para que vean.

En unos 130 países se comen insectos habitualmente

A los occidentales nos parece raro y habitualmente repulsivo, pero en 130 países del mundo está extendido el consumo de insectos de forma habitual. De hecho, una tercera parte del mundo los tiene incorporados a su dieta. En Japón es habitual el consumo de larvas de avispa y la realización de sushi con insectos. En indonesia se considera un manjar la libélula asada y en Tailandia hay un plato muy popular de larvas de abeja con crema de coco. En China se cree que el consumo de las larvas de las abejas aumentan la virilidad y en el norte de África se utilizan los huevos de langosta con azúcar para hacer pan y los niños toman escarabajo joya como golosina. En Europa, sólo en Holanda se empiezan a utilizar con fines gastronómicos.