Dora Beviá, algunas veces, ha preferido no decir dónde vive cuando le han preguntado en Alicante. Es consciente de que mucha gente no tiene claro qué es una casa cueva, "y no quiero que piensen que soy una troglodita", bromea. Eso sí, para ella no hay nada mejor que estar en una cueva, es su hábitat natural, ya que es la tercera generación de su familia que reside en estas particulares viviendas escarbadas en las entrañas de la tierra de la Alcoraya. Ha vivido algunos años en un piso de San Vicente, pero en cuanto su marido se ha jubilado se han alargado las temporadas en la cueva.

En este lugar nació y allí espera que sus hijos continúen una tradición familiar que comenzó hace más de un siglo su tatarabuelo, comprando ocho cuevas para dar cobijo a toda su familia. "Mi nieta me dice: "Yaya, ¿cuando tú faltes me puedo quedar con la cueva?". Les encanta", asegura Beviá.

Y es que comodidades no le faltan. Como en cualquier vivienda, cuenta con electricidad, televisión por cable, cocina... Aunque dice que no la ha reformado, la tiene la mar de coqueta. Además, se ubica en mitad de un terreno rural perfecto para confeccionar huertos o para criar conejos, con lo que se entretiene su marido. Pero, sobre todo, para disfrutar de paz y serenidad.

En esta partida de Alicante, según Antonio Moya, presidente de la asociación de vecinos, hay cerca de 80 casas cueva, de las más de 600 que existieron cuando en 1753 comenzaron las excavaciones en la zona para buscar mercurio, y a sus trabajadores decidieron alojarlos en estas particulares viviendas. "Al parecer, en aquella época era lo más económico. El terreno arcilloso y de montículos de las sierras de La Conreja y Las Águilas permitía hacerlas", precisa Moya, a la vez que subraya que se trata de una de las concentraciones más importantes de toda la provincia, tanto por el número como por el buen estado en el que se encuentran la mayoría de ellas.

Actualmente, están en proceso de convertirse en un Bien de Relevancia Local. La propuesta está dentro de un catálogo de protección, anexo a la revisión del Plan de Ordenación Urbana, todavía pendiente de ser aprobado por el Consell, tal y como apunta el funcionario municipal Pablo Rosser.

Poco sabían de todo esto, y ni siquiera de la existencia de este tipo de casas, Fred y Solenn, una pareja de franceses que hace siete años decidieron instalarse definitivamente en Alicante y adquirir una vivienda. Vieron en el periódico el anuncio de venta de una casa cueva y les llamó la atención; al visitarla, se quedaron prendados con esta gruta habitable que tiene más de 500 años.

Sobre todo a Solenn, que es muy friolera y nunca se ha encontrado muy a gusto en las casas corrientes, "y en una cueva siempre hace buen tiempo: fresco en verano y calor en invierno. Para mí no es una suerte, sino un auténtico lujo poder vivir aquí". Fred, su marido, es ingeniero informático y gracias a un sistema de wifi por radio consigue estar conectado al ciberespacio con su ordenador desde dentro de la cueva.

Además, en este nuevo hogar ha desarrollado otras habilidades, como la agricultura o la albañilería. Y es que hacerse una habitación o un armario empotrado es sólo cuestión de paciencia y darle al pico. Este francés comenzó haciendo un vestidor y actualmente ha escarbado una habitación más. "Al principio empecé con un albañil pero en cuanto le cogí el rollo seguí yo. Sólo hay que respetar que el techo siga abovedado, para que se reparta el peso", explica Fred, que no teme que su cueva se derrumbe, ya que durante medio milenio no lo ha hecho. "Sólo hay que controlar las grietas e ir cuidando la estructura", asegura este vecino de la Alcoraya que paga los impuestos como si viviera en una casa normal. De hecho, la tienen declarada como una vivienda unifamiliar.

La que sí se sale de lo normal es la casa cueva de Alfonso del Fresno, en cuya finca ha montado un centro de adiestramiento de perros, una piscina con pavos reales, una pequeña plaza de toros y una jaula en la que guarda un enorme tigre albino que tiene domesticado. El interior de la cueva tampoco es pecata minuta: está repleto de muebles centenarios, de una bañera enorme de estética romana, un horno árabe y una buena cantidad de habitaciones. Vamos, que no le falta un detalle. Lo que sí ha guardado son algunos restos que confirman la gran cantidad de años que tiene este lugar, como los enganches para burros que cuelgan de la pared de uno de los cuartos.

Hace 30 años se la compró a un policía, ya que necesitaba un lugar alejado de la ciudad para trabajar con sus perros y evitar un brote de leishmaniasis que acababa con muchos de sus animales. "Dormí una noche en ella y supe que quería pasar aquí el resto de mi vida", sentencia Alfonso del Fresno.