"Estoy en Alemania de casualidad". Abel Avilés (Alicante, 1982) admite que llegó a Frankfurt por un golpe de fortuna. "Un domingo, mi padre estaba leyendo la prensa y se encontró con una oferta de trabajo para Nintendo". Por aquel entonces, finales de 2008, Abel buscaba trabajo en Alicante sin excesiva suerte. "Mi padre me animó a aventurarme y a optar al trabajo, cuya particularidad era el destino: Alemania", asegura el joven alicantino, que reside en Frankfurt desde enero de 2009.

Los primeros días, no obstante, no fueron fáciles. De hecho, estuvo a punto de renunciar al trabajo y regresar a casa antes de tomar contacto con la multinacional. "Me alojé a las afueras de la ciudad, el cielo era gris, la sensación muy fría... No me gustaba nada. Y estuve muy cerca de dejar pasar la oportunidad y volver a Alicante, pero ahí llegó el segundo golpe de suerte: perdí el avión para España. Así que me tocó quedarme... Y ya con algo más de tiempo para pensar, me replanteé aceptar y ver qué tal me iba, los ánimos de mi familia y amigos resultaron fundamentales. Al final cogí la oferta, sin estar muy convencido. Ahora, van a cumplirse casi cuatro años de aquello. Y estoy muy contento de la decisión que tomé".

Pero aquella aventura que inició Abel en Alemania, con el año nuevo de 2009, no era su primera experiencia internacional. "Tras licenciarme en Sociología por la Universidad de Alicante, carrera que estudié por mi intención de entender el entorno, empecé con la búsqueda de trabajo". Su primer empleo le llevó a ser agente comercial, "nada que ver con lo que estudiaba, pero era lo que surgió".

Vista la situación que ya por aquel entonces empezaba a instalarse en España, Abel optó por volar hasta Estados Unidos. "Me fui a mejorar el inglés a Texas. Estuve tres meses con un curso intensivo y trabajé un poco de todo: desde cortar el césped hasta arreglar vallas". Esos variados empleos no resultaban extraños para Abel, que años atrás había ejercido de camarero, mozo de almacén, reponedor en supermercados y echando una mano a su padre.

De Sociología, poca cosa. "No tuve ni prácticas de empresa remuneradas durante la carrera".

Tras pasar por Texas, Abel se trasladó al oeste, a California. "Seguí con un curso para mejorar el inglés, pero al poco tiempo se me acabó el visado. Estuve mirando para estudiar un máster en Estados Unidos, pero vi que era inviable. Los precios están en torno a los 20.000 dólares, unas cantidades que no me podía permitir. No era suficiente con mi ahorros y con los trabajos que conseguía". Así que a finales de 2008, Abel regresó a su Alicante natal.

Tras algún tiempo buscando un empleo por la zona, la suerte le cambió la vida. "Mi padre se encontró con una oferta de trabajo en el periódico y llamó mi atención. Me dijo: ¿Qué vas a perder? Nada, me contestó", relata Abel, quien admite que todo se precipitó en apenas unos días. "Mandé mi currículum y en una semana me llamaron. Hice una prueba por Internet y luego otra en Alemania". Allí, en Frankfurt llegó otro momento clave. "Me instalaron en un hotel a las afueras de la ciudad. Hice la entrevista y me ofrecieron trabajar en el departamento de control de calidad, nada que ver con mis estudios. Ellos buscaban a personas con carrera universitaria y que tuvieran buen nivel de español e inglés. Cuando me dijeron que si quería empezaba el lunes, les dije que no me interesaba. No me gustaba nada. La ciudad era gris, hacía mucho frío y a las seis de la tarde estaba todo cerrado. Tenía decidido volverme, pero perdí el avión a Alicante. Fue una señal. Entonces hablé con mi madre y con un amigo, que me animaron a probar, como ya hizo mi padre cuando se encontró con la oferta de trabajo en el periódico. Dije que sí, no tenía nada mejor ni nada que perder".

Su percepción cambió cuando se instaló en el centro de Frankfurt. "Me encontré con una ciudad joven, aunque en contraste me sorprendió el silencio de las calles".

Ahora, ya adaptado y con novia alemana, no piensa volver a casa. "Miras el panorama y se te quitan las ganas, el futuro se ve muy negro. Se han cargado el país y a la generación que, decían, era la más preparada. Aquí me han llamado 'exiliado económico' y ven a la clase política española como una 'vergüenza'. Esto es duro, pero ahora mi madre y mi abuela están felices al verme sonreír".