"Trabajo de ingeniero de Obras Públicas en un despacho alemán. Tengo coche y vivo en un piso en el centro de Berlín. Suena bien, pero nada fue fácil". Pepe Martínez, santapolero de 31 años, habla claro, no intenta adornar su experiencia en Berlín, que en dos periodos ya supera los dos años de duración. "Cuando aterricé todo lo vi gris, tanto el cielo, los edificios y el carácter de la gente, como lo que pasaba por mi cabeza". Cambió la luz del Mediterráneo -"el verde de las palmeras y el azul del cielo"- por esa "oscuridad" que marcó el inicio de su nueva vida en Alemania.

"Durante meses, dormí en una habitación horrible, compartiendo techo con un tipo que había estado en la cárcel. En poco más de medio año, eché 372 currículums, hice 15 entrevistas y 2 pruebas de trabajo", relata Pepe, que viajó a Alemania en marzo de 2011, cuando el proyecto de red de distribución de agua que lideraba en Ibiza se paralizó por falta de financiación.

La experiencia germana no era nueva para él. En 2005, a punto de concluir ingeniería en Obras Públicas, cursó una beca Erasmus en Berlín. "Esa experiencia me permitió volver luego a Alemania con cierto nivel en el idioma, aunque me tocó refrescarlo después de varios años sin hablarlo". Concluida su etapa universitaria, Pepe disfrutó de una de las últimas oportunidades que España dio en el terreno de la obra pública. "Me puse a estudiar Caminos, pero entonces me salió el trabajo soñado. Yo no era más que un pollo recién salido de la UA, y me pusieron al frente de un proyecto de 3,5 millones en Ibiza, con un sueldo de 3.000 euros al mes, coche, casa, teléfono y tarjeta a mi servicio". Pero en enero de 2011 todo se acabó. "Se cortó la financiación y nos echaron a todos a la calle".

No se lo pensó. Y menos después de comprobar a través de una web de empleo que, mientras en España había apenas unas 300 ofertas para su sector, sólo en Berlín se superaban las 700. "Me tenía que venir, no me quedaba otra salida. El futuro no estaba allí. Mis compañeros de carrera estaban en paro o a punto de ser despedidos".

Pepe cogió la maleta, su bicicleta -fiel compañera de viajes- y, con un colchón económico, volvió a Berlín algunos años después de su curso como Erasmus. "Ahora, con la perspectiva de los meses, me doy hasta pena. Fue un regreso muy duro, lo llegué a pasar mal".

Los alemanes no se lo pusieron fácil, aunque ahora agradece la oportunidad que le han dado. "Al principio, me dediqué a ajustar mi currículum a las exigencias de la zona. Aquí son mucho más extensos que en España, ocupan unos 15 folios, así que me llevó cierto tiempo y unos 300 euros, ya que me tocó traducir mis títulos al alemán".

Y puso a prueba su paciencia. Desde que aterrizó en marzo de 2011, pasó más de medio año hasta que su actual jefe le llamó. "Quiero conocerte, tengo buenas referencias de los ingenieros españoles", le dijo. Él fue rotundo. "Vale, pero no hago más pruebas de trabajo", le contestó. "Eso sí, estaba dispuesto a cobrar menos al principio". Su jefe, un reputado ingeniero alemán, aceptó sus condiciones y, desde noviembre, Pepe se encarga de la evolución de los proyectos de la empresa. "Ahora, me ocupo de controlar el desarrollo de una obra portuaria en el Mar del Norte".

Desde hace unos meses, Pepe se traslada hasta su trabajo, situado a las afueras de Berlín, en su coche de matrícula alemana. "Pero al principio fue una odisea. Era pleno invierno y, por las combinaciones del transporte público, tardaba unas dos horas y media en llegar". Aunque lo peor no era el tiempo... "Los últimos ocho kilómetros los hacía en bicicleta, a las siete de la mañana, por una carretera nevada y... ¡a 18 grados bajo cero!".

Anécdotas al margen, Pepe se muestra contento con su vida en Alemania -"me gusta tener sólo una hora para comer y salir de trabajar a las cuatro de la tarde"-, pero añora el calor familiar. "Nadie sabe cuánto se echa de menos un abrazo o poder disfrutar de mis padres más de dos veces al año. También pasear por la salinas al atardecer o las fiestas de mi pueblo. Me duele no poder volver cuando quiera, pero sé que pasarán años hasta que la situación se normalice en España", admite, a la vez que envía un consejo a los que quieran probar suerte en Berlín y alrededores: "Quien no hable alemán y quiera un empleo cualificado, que ni lo intente. El inglés no basta".

"La inversión educativa la disfrutan otros países"

"Es una pena que el dinero que España ha invertido en la educación de mi hijo, y en la de otros tantos jóvenes, ahora lo estén disfrutando otros países, como Alemania", afirma Paco Martínez, padre de Pepe, quien admite la tristeza por tener a su hijo a cientos de kilómetros de distancia: "Luchamos por darles un porvenir, por ofrecerles una buena educación, y ves cómo se tienen que ir de casa para poder trabajar". "Estamos muy dolidos, nos da mucha pena no poder disfrutar cada día de él. Pero, la última vez que estuvimos en Alemania, nos quedamos -tanto él y como su mujer Loreto- tranquilos, comprobamos que lleva una vida digna, tras unos meses duros en condiciones complicadas".