Alberto es la respuesta de urgencia. Un hombre discreto, enemigo de la estridencia, que tiene el don de la oportunidad, que está en el lugar indicado en el momento justo. Así llegó a alcalde en 2005 y así se convirtió en presidente por accidente en julio de 2011. Alberto (Castellón, abril de 1964) fue elegido concejal en 1991. Como era joven le encargaron el área de juventud. Pero la verdadera escalada al Fadrí la inició ocho años después cuando el alcalde José Luis Gimeno llamó a este arquitecto técnico y le dio el plano de Castellón para gestionar el urbanismo. Pasó su trago más amargo cuando fue imputado en el caso del soterramiento de las vías de Renfe, tras una querella del PSPV. Como alcalde sufrió dos reveses judiciales cuando le anularon en 2008 el Plan General y el principal PAI. Su mejor balance es que salió vivo. Lo cual tiene su mérito en un municipio con playas y en el condado de Carlos Fabra. Antes que presidente fue "el otro Fabra". Era tanto el lastre del apellido que lo puso en cuarentena en la campaña de 2007. Con el lema "Alberto, alcalde" concurrió a unas urnas que homologaron la vara de mando que le regaló Gimeno. "Voy a poner a Castellón en el mapa español y europeo", proclamó en la investidura. Y desnudó así una prudencia y carácter introvertido que este modelo de yerno perfecto cultiva en sus escapadas al monte. Limitar el esplendor de Castellón a Europa mientras el Alinghi y Bernie cultivaban un planetario "Valencian dream" sonaba a poca cosa. A decir "¡córcholis!" en una taberna portuaria y pretender impresionar.

El alcalde de la tierra del señor aeropuerto sin aviones aterrizó de emergencia en el Palau un 21 de julio de 2011, el día en que Mariano ajustició a Camps. Su defensa de la higiene pública suena a voladura controlada para calmar la indignación ciudadana sin desgarrar del todo las estructuras de un partido soliviantado. De ahí que su apuesta por apartar a los imputados por corrupción no incluya la causa Gürtel de financiación ilegal del PP.

Malos tiempos para el carisma

Hace 21 años, cuando el hoy presidente llegó a la política profesional circulaba la peseta y el pueblo valenciano arrastraba sus complejos sumido en la depresión preolímpica catalana y preExpo sevillana. El régimen popular curó ese mal con una terapia consistente en gastar miles de millones en pirámides, flatulencias y sobrecostes. En plena crisis y superada la depresión espiritual, la de no sentirse realizado, Alberto ha de lidiar una depresión peor: la de los pobres, la del no sentirse bien nutrido. Por imperativo legal y de las circunstancias le ha tocado reinar como Alberto "Manostijeras" y el recorte por bandera. Llegó a alcalde a dedo y las urnas lo convalidaron luego. Le adjudicaron el Palau en un procedimiento negociado sin publicidad y ayer fue validado por las bases del PP. Con ese aval y su querencia por la sensatez de lo previsible, sin caprichos megalómanos, deberá andar un camino que no será fácil. Ya se sabe que las necesidades matan el carisma, que es proporcional al reparto de cargos y prebendas.