En muchos casos, la incorporación al mundo del voluntariado se produce de la forma más inesperada. Un buen consejo, la presencia de un conocido o, simplemente, las ganas de salir de casa, pueden suponer el punto de partida. "Mi experiencia comenzó gracias a mi psicóloga, que me lo recomendó como terapia", afirma Graciela Kiesel, de 61 años, que lleva cuatro en Intermón Oxfam. Asimismo, aclara que "el hecho de estar en paro también tuvo mucho que ver", ya que a su edad "es muy difícil encontrar algo".

Esta argentina, afincada en Alicante desde hace dos décadas, se encarga de atender "un par de tardes a la semana" la tienda de comercio justo que Intermón Oxfam tiene abierta en el centro de la ciudad. En ella vende toda clase de artículos artesanos -desde bisutería hasta alimentación- producidos por personas sin recursos en lugares como la India, el cuerno de África o Centroamérica, donde "viven con menos de un euro al día".

Todos los ingresos obtenidos, "tanto en la tienda como en los mercadillos que a veces celebramos", van a parar a quienes más lo necesitan, con la garantía de que percibirán un salario digno por su trabajo. "Ésta es mi pequeña forma de hacer algo por los demás. Sé que no voy a cambiar el mundo, pero aportar lo que puedas ya es muy gratificante". La experiencia de Graciela Kiesel también ha despertado el interés de otras personas en situación similar a la suya. "Conozco a dos amigas a las que les gustaría ayudarnos como voluntarias. Les he propuesto que vengan", comenta.