El cierre de Spanair dejó ayer en tierra a los aproximadamente 500 pasajeros de los cinco vuelos de la compañía que debían haber salido de El Altet o aterrizado en el aeropuerto alicantino. Al mismo tiempo, el cese de actividades de la aerolínea sumió en la incertidumbre a los cerca de 60 trabajadores que tiene en Alicante -entre la propia Spanair y la filial Newco-, que no saben en qué momento y en qué condiciones perderán definitivamente su empleo. Por el momento, en la mañana de ayer trataban de atender a decenas de afectados, tanto en El Altet como en el conjunto de España. Los afectados en todo el país son más de 22.000, mientras que la plantilla de la empresa se sitúa en unos 2.50o trabajadores.

Los pasajeros damnificados de Spanair en El Altet acudieron a lo largo de la mañana de ayer al aeropuerto para tratar de buscar alguna solución. Este sábado, la compañía tenía previsto operar dos vuelos a Barcelona y un tercero a la ciudad argelina de Orán, con 317 pasajeros, y había programado dos escalas en Alicante. Muchos de los usuarios hacían cola ante la ventanilla de Spanair para pedir explicaciones y alternativas, pero lo único que se les ofrecía eran hojas de reclamaciones. Lo explicaba, entre otros, Alicia, una joven que iba a viajar a Tenerife con escala en Barcelona. Por su parte, dos estudiantes italianos que concluían una estancia en Murcia con una beca Erasmus se enteraban del cese de actividad de Spanair a través de los periodistas que habían ido al aeropuerto a cubrir la noticia. Habían visto su vuelo cancelado, pero desconocían por qué. "Es una locura", acertaba a decir una chica, temiendo perder no sólo el importe de su vuelo a Barcelona, sino también la noche de hotel en la Ciudad Condal y otro vuelo desde allí hasta Milán que debían realizar hoy.

Este miedo a perder conexiones programadas preocupaba mucho también a Manuela, argentina residente en Alicante que debía volar de Barcelona a Buenos Aires a las 18.30, previa llegada a la capital catalana. Con este panorama, el malestar entre los afectados era claramente visible, aunque no pasó de ser una rabia contenida. Esto quizá se debiera a cierta empatía hacia los trabajadores (algunos de ellos llamaban a otros compañeros para llorar) que atendían en la ventanilla, al ser conscientes los pasajeros de que aquéllos estaban perdiendo su puesto de trabajo. Así, a pesar de las caras resignadas y de la indignación generalizada, nadie profería gritos ni palabras malsonantes, ni llevaba su protesta más allá de la queja. En todo caso, todos repetían el mismo argumento: la empresa podía haber advertido de sus intenciones con algo de antelación y, una vez producido el cierre, dar una respuesta más efectiva. La única solución que ofrecían era la de dar hojas de reclamaciones para exigir la devolución del dinero. Del resto, nada; incluso si optaban por acogerse a los vuelos con tarifa rebajada que ofrecían como alternativa Iberia, Air Europa y Vueling, debían obtenerlos y pagarlos por sus propios medios.

El malestar era mayor entre quienes habían realizado un desembolso más alto con Spanair, pero ni aún así perdían la calma. Ejemplo de ello era un joven alicantino que trabaja en Menorca y que había comprado billetes para todos los fines de semana hasta marzo, para poder pasar sábados y domingos con su familia. Un total de 642 euros que no sabía si podría recuperar, y que le llevaban a decir, a modo de desahogo: "Esto son los aires de grandeza de los catalanes de querer tener una aerolínea propia cuando no tienen ni para gestionar autobuses".

Por otra parte, las consecuencias del cese de operaciones de Spanair también se hicieron notar en el aeropuerto valenciano de Manises, aunque con algo menos de intensidad. Aquí eran cuatro los vuelos programados para el día de ayer, una salida y tres llegadas, mientras que para hoy se habían previsto otras dos llegadas que tampoco circularán.