Si eres inocente, que te juzgue un juez, pero si eres culpable y pudieras elegir, que lo haga un jurado porque así tendrás el doble de posibilidades de salir impune. Quienes en esta sentencia coinciden son magistrados, fiscales y abogados curtidos en juicios con años de experiencia a sus espaldas. Profesionales baqueteados en salas de vistas donde han sido testigos de cómo eran absueltos por un jurado del pueblo acusados sobre cuya culpabilidad ningún magistrado o tribunal hubiera tenido la más mínima duda.

Idéntica máxima se puede aplicar al juicio que desde hace más de un mes se está celebrando en el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Valencia contra el exjefe del Consell Francisco Camps y contra quien fuera el número dos del PP en la Comunidad, Ricardo Costa, por dejarse agasajar por la trama corrupta Gürtel. Unos hechos tipificados como cohecho, uno de los doce cargos recogidos en la Ley del Jurado dentro del apartado de "Delitos cometidos por los funcionarios públicos en el ejercicio de su cargo" con el que el legislador pretendió dar voz (y voto) a los ciudadanos ante presuntas tropelías cometidas por empleados públicos o por aquellos elegidos para representarnos.

Un fin loable aunque de praxis complicada, sobre todo en procesos jurídicamente complejos, como es el que nos ocupa: dos políticos juzgados por recibir lo que el PP viene llamando machaconamente "tres trajes" (aunque la acusación encierre bastante más) de una red que obtuvo de la Generalitat ocho millones de euros en apenas cinco años pero cuyos responsables no están acusados en este proceso. Algo, el que la pieza de los trajes se haya instruido y juzgado por separado, que Camps siempre tendrá que agradecer a su más que amigo Juan de la Rúa, quien en sus estertores como presidente del TSJ se encargó de impedir que al asunto de la ropa se le uniera un segundo expediente sobre la presunta financiación ilegal del PP en la Comunidad (en la actualidad en el TSJ aguardando a que comience su instrucción) y que, según todos los indicios, era la pieza (la presunta pieza, si se quiere) que completaba el puzle. Lo dicho. Demasiado lío para nueve personas legas en Derecho.

Entre quienes mantienen que todo puede pasar en el conocido como caso de los trajes aún después de escucharse testimonios de cajeras que se quedaron esperando a que el entonces presidente de la Generalitat les diera algo más que la mano; de informáticos a los que se les pidió que borraran pistas o cambiaran apellidos; de visitas de Trillo a la tienda de ropa, lo que ya es para sospechar; y de escudriñar documentos donde aparecen los nombres de Camps y Costa ligados a prendas abonadas por los cabecillas de la trama, pesan veredictos como el que absolvió a un acusado de asestar 57 puñaladas a una pareja de gays en Vigo al entender el jurado que el procesado acabó con la vida de dos personas utilizando semejante saña "en legítima defensa" y por "miedo insuperable". Un proceso que acabó anulando el Tribunal Superior de Galicia y que finalmente se saldó con una condena a 58 años de cárcel por dos delitos de asesinato y otro de incendio, ya que también quemó la casa en la que vivían las víctimas.

Pero esa posibilidad, la de que una instancia superior (el Tribunal Supremo en el asunto de los trajes) anulara una vista oral que ya ha superado su primer mes de sesiones es tan remota (sólo cabría la nulidad ante un error de tal calibre que sería prácticamente imposible no detectarlo, y subsanarlo, antes de alcanzarse los cinco votos que los acusados necesitan para su absolución o los siete precisos para declararlos culpables) que quienes más temen que, después de tanto esfuerzo, el veredicto no sea el más ajustado a lo escuchado en la sala de vistas, imploran a los dioses para que no se cumpla aquello de que en un juicio con jurado el veredicto se juega a cara o cruz. Para eso o para que la moneda caiga del lado que debe caer.

Peor comportamiento que los amotinados de Fontcalent

Como un niño malcriado y bastente peor que cualquiera de los acusados por el último motín de Fontcalent durante la vista en la que fueron juzgados, por poner sólo un ejemplo, se está comportando el exjefe del Consell en el juicio que se sigue contra él. Tanto es así que hay quien asegura que, de no tratarse del exjefe del Consell, hace ya tiempo que el magistrado Juan Climent le habría expulsado de la sala.