"Con mis propias manos excavé agujeros en la arena para esconderme de los bombardeos. Crucé el desierto en menos de dos semanas". Así empezó Mariam a contar su huida desde Um Draiga, en el Sáhara ocupado, hacia los campamentos de refugiados de Tinduf en Argelia. Esta saharaui, con ojos de un negro intenso y una sonrisa amable, no sabe su edad. Calculando que se casó a los 17 y que su hijo mayor tiene 32 años, Mariam rondará los 49. La cuenta es sencilla: ha pasado más de dos tercios de su vida en un campo de refugiados.

Con solo trece años y en compañía de su hermana, Mariam comenzó un viaje con destino a ninguna parte que debía ser provisional. Dejó atrás a su padre, que no quiso marcharse de la tierra donde siempre había vivido. Sus hijas Jueida y Aseisa, con los ojos como platos, escuchan atentamente la dura narración de la madre. Nunca les ha hablado de cómo atravesó el desierto en busca de libertad.

La mujer saharaui es uno de los pilares más importantes en los campamentos. Son mujeres fuertes y duras. Pero sin perder la alegría y la sonrisa que las caracteriza. La mayoría ha perdido a bastantes familiares - ya sean maridos, hijos o hermanos- en la guerra y muchas de ellas tienen a parte de su familia en los territorios ocupados donde no pueden volver.

Miles de saharauis como Mariam abandonaron su tierra cruzando el desierto tras la Marcha Verde que expulsó a los españoles de su última colonia en África. La posterior ocupación marroquí, condenada por Naciones Unidas, dio paso a una guerra, ya olvidada entre Marruecos y el Frente Polisario por los territorios ocupados en el Sáhara oriental, que duró desde 1976 hasta 1991. Actualmente, 200.000 personas viven en la Hamada, el más extremo de los desiertos.

La arena lo es todo

La sensación constante en los campamentos de Tinduf es que la arena se apodera de todo, lo cubre todo. La arena lo es todo. Está presente cuando caminas, cuando comes, cuando respiras. Se encuentra en las casas, en los dispensarios médicos, en las tiendas, en las carnicerías. La arena es la Hamada, el duro desierto donde malviven "los hijos de las nubes", como se les conoce a los saharauis.

En los campamentos se respira una "pausa inquieta". Se trata de un estado provisional, una sensación de querer, de luchar por mejorar, pero deseando algún día volver a su tierra prometida, y ocupada. Es un pueblo esperanzado, pero en la actualidad no puede desarrollar su destino.

"Mejor sería pelear y morir antes de seguir esperando, y de que alguien el día de mañana se pregunte el porqué", dice Nuena, diputada del Parlamento del Gobierno saharaui, que perdió a sus dos maridos en la guerra. El pasado de este pueblo ya está escrito, el presente es duro y doloroso. El futuro, desconcertante.

Todo es temporal y al mismo tiempo perenne: ambulancias sin ruedas, cementerios de contenedores apilados, antiguos coches de la Ertzaintza utilizados para comunicar por megafonía que el podólogo pasará el lunes, niños de nueve años con cataratas, carreteras invisibles, montañas de plásticos que se acumulan en vertederos improvisados en el desierto. Son visiones irreales y esperpénticas. Y quienes realmente hacen importante a este trozo de desierto son las personas que viven o sobreviven, el pueblo saharaui, que diariamente lucha contra las duras condiciones que le rodea.

Numerosos colectivos internacionales, españoles y por supuesto alicantinos han contribuido a mejorar las condiciones de vida de los hijos de las nubes. Estos apoyos han permitido la construcción de colegios, hospitales y dispensarios médicos y por lo tanto la prestación de una serie de servicios básicos imprescindibles.

Gracias a este apoyo internacional, los niños saharauis de entre 3 y 16 años tienen la posibilidad de estar escolarizados. Es el caso de Chrifa, la hija pequeña de Mariam, que con solo seis años fue operada hace dos en España de cataratas. Como cada mañana se levanta a regañadientes del suelo donde duerme y comparte manta con su hermana Jueida. Medio dormida se toma el desayuno, que su madre ha preparado para ella y para Naja, su otra hermana. Jueida le coloca el babi y la mochila corriendo, mientras al lado de la jaima ya le espera un coche con más niños que la llevará a su escuela.

Es el colegio de niños ciegos "Alfaz del Pi" en Ausserd. Gracias a "Expedición Juita" Marina Baixa y la ayuda del Ayuntamiento de Alfaz del Pi se hizo realidad este proyecto. Allí pueden recibir una educación los niños con deficiencia visual de Ausserd, uno de los cuatro distritos que hay en los campamentos de refugiados. Chrifa completa su educación escolar acudiendo varios días a la semana al colegio de Ausser donde estudian todos los niños de la zona. Su ritmo de aprendizaje no es el mismo que el de los demás, ya que debido a sus cataratas hasta los cuatro años solo tenía visión lateral y aún precisa llevar gafas. Al igual que los nueve colectivos de la Coordinadora de Asociaciones Solidarias con el Pueblo Saharaui de la Provincia de Alicante, "Expedición Juita" también colabora con la escuela de Walda Mohamed Ali en Ausserd mandando material escolar que consiguen a través de colaboraciones particulares o de colegios de la Marina Baixa.

Las saharauis dan

a luz en jaimas

El paritorio de Dchera en el Aaiún, donde la asociación de la Marina Baixa, en colaboración con CaixAltea contribuyó a su construcción y a su puesta en marcha con el equipamiento necesario, funciona desde 2007. Minetu es la encargada del paritorio y médico de cabecera. "Tenemos censados 800 niños de entre 0 y 5 años. Los dividimos en tres grupos: normalidad, algún problema y de riesgo", comenta con un acento cubano, que contrasta con su aspecto. No es extraño, ya que muchos saharauis realizan sus estudios universitarios en países como Argelia, Libia o Cuba.

"Aquí tenemos programas de nutrición, vacunación, complejos alimenticios y consultas ginecológicas y estamos en contacto con las matronas", continúa la médico. La relación directa entre el paritorio de Dchera y las matronas que asisten a las mujeres de los campos de refugiados es muy importante ya que dan a luz en sus casas y jaimas. Minetu explica que por esa razón es necesario un seguimiento del embarazo para detectar las complicaciones, en cuyo caso son trasladadas al paritorio. Por ello, la construcción de paritorios está reduciendo notablemente la muerte de mujeres al dar a luz.