Dos euros por devolver la etiqueta de plástico identificadora colocada en cada dorada o lubina, cinco por las vísceras y 15 por el pez entero. Es la gratificación que recibirán los pescadores que entreguen ejemplares procedentes de piscifactorias capturados en aguas abiertas en el marco de un proyecto europeo liderado por la Universidad de Alicante para prevenir las fugas de los peces criados en acuicultura.

Para ello, el departamento de Ciencias del Mar ha realizado un escape controlado de dos millares de lubinas y doradas, algunas de ellas marcadas con la citada etiqueta amarilla aunque otras llevan un transmisor acústico microelectrónico en la cavidad gástrica cuya señal recogen detectores sumergidos a algunos kilómetros alrededor de las granjas en las que eran criadas, ubicadas en Guardamar del Segura.

Este dispositivo ha permitido comprobar que no suelen alejarse más de 10 kilómetros de ellas -se soltaron en Guardamar y se han quedado por la bahía de Santa Pola- e incluso a veces regresan cerca de su jaula de origen. "Hasta ahora hemos recuperado un 5% de las escapadas, un dato que está muy bien", explicó ayer Pablo Sánchez, profesor del departamento que está llevando a cabo en España, junto al Instituto Ramón margales y las universidades de Las Palmas y el País Vasco, el proyecto Prevent Escape, que se desarrolla en otros seis países.

El investigador indicó que los objetivos son "conocer la dispersión de las doradas y lubinas, las posibilidades de recaptura y los efectos de su escape en el medio ambiente". En este sentido, añadió que a los cuatro días de estar en libertad compiten con la población natural por la alimentación ya que se redistribuyen por el mismo hábitat aunque en principio no han notado que se hayan mezclado con ejemplares salvajes.

Las consecuencias de un posible apareo con ellos también se están estudiando. Lo que sí puede producirse es transferencia de patógenos, ya que debido al hacinamiento en que han crecido en cautividad son víctimas frecuentes de parásitos que pueden transmitir.

Los escapes de estos peces cautivos también pueden generar un importante perjuicio económico ya que el sector trabaja con márgenes muy ajustados, con un alto componente artesanal y un empleo intensivo de mano de obra.

Estudios realizados en Escocia sobre cultivos del salmón concluyen que un 20% de peces se pierden al deteriorarse las jaulas. Una lubina o dorada capturada en mar abierto que procede de piscifactoría suelen tener deformaciones en el morro o aletas desgastadas.