Se lució ayer quien decidió cerrar toda la mañana el acceso a la plaza del Ayuntamiento para impedir que los concentrados del 15 M, los famosos indignados, empañaran el acto de constitución del Ayuntamiento con sus gritos y pitidos. Se lució porque, de un plumazo, se cargó todo el simbolismo de la jornada en la que debería haber primado la libertad de cualquiera a gritar lo que le viniera en gana frente al Consistorio aunque se hubiera oído algo peor el juramento de los concejales o el discurso de la alcaldesa. El acto, eso sí, no hubiera quedado tan solemne con esta gente, que algún cargo público se permitió el lujo de definir como "zarrapastrosos", dándole a las cacerolas, repartiendo billetes alusivos a la corrupción, o burlándose de la alcaldesa con pelucas rubias sobre barbas de viejos progres, o de nuevos, porque ahí había de todo. ¿Cuestión de seguridad? Hombre,alguno llevaba una sartén en la mano, pero no parecía que le fuera a dar a nadie, la verdad. La propia alcaldesa lo dijo tras el acto: "La liberta de expresión en este país es de las pocas libertades que nos quedan. Que la aprovechen". Pues eso. ¿Tan terrible hubiera sido que gritaran en la plaza? Se ve que sí porque nadie pudo acceder; ni miembros del colectivo del 15-M, ni turistas, ni una señora con bolsas de la compra que estaba empeñada en cruzar para llegar al puerto, "porque es una plaza pública y tengo derecho". Invitados, periodistas, y se acabó. Para eso estaban los policías, los pobres, que bastante tuvieron con cumplir lo que les hicieron cumplir, impidiendo el paso a todos los que no estuvieran invitados, y ante la duda, ¿corbata, traje o tacones?, para adentro; ¿vaqueros o camiseta? para afuera, en una orden que alcanzó hasta a los pobres camareros de uno de los bares de la plaza que, según comentó uno de ellos, se vieron obligados a no servir más que a los trajeados "porque nos han dicho que si servimos a éstos (en referencia a los chillones de las vallas), nos cierran el bar hoy.

Entre tanto, en la planta noble del viejo Ayuntamiento se escenificaba la democracia ante la presencia de un par de conselleres, cargos públicos, diputados, funcionarios, representantes del ejército y fuerzas de seguridad, de la iglesia, asociaciones culturales, sociales y vecinales,técnicos, periodistas, familiares y gente de bien, todos guapos y formales para un acto que siempre es ceremonioso y solemne y que ayer lo debería haber sido un poco menos. Al fin y al cabo, desde que entraron los concejales muy dignos, por orden, caminando entre los 300 invitados como niños a punto de tomar la primera comunión, hasta que la alcaldesa cerró el acto con unos versos de Benedetti, no pararon de oírse los gritos y pitidos de los de la calle, pero muy lejanos. Casi no se oían, eso sí, cuando entró Sonia Castedo al salón azul, por los aplausos, y se oyeron mucho más cuando entraron José Joaquín Ripoll, recibido con frialdad, o los concejales de EU, Miguel Ángel Pavón y Ángeles Cáceres cuyos seguidores debían estar ubicados tres salones más allá porque los aplausos que les dirigieron se oían en la lejanía. Les dio igual, porque apenas había iniciado Castedo su discurso cuando los dos, de lo más resueltos, se largaron del salón para unirse a los de abajo en lo que unos calificaron de postura inmadura y maleducada y otros de valiente y c0herente, que de todo hay.

El acto fue bonito, como siempre lo son, con los conserjes con sus trajes de gala, y las concejalas estrenando vestido, con la banda municipal dale que te pego, con los himnos de Alicante y de la Comunidad , tan emotivo... y tan largo... Tanto, que cuando sonó el de España, por despiste o por hartazgo, la cosa se disolvió y ahí quedó el "chinta chinta" sin que nadie le hiciera el mínimo caso.

Pero lo mejor llegó al final, con todos los políticos escondiéndose de los indignados que seguían en la calle vociferando incansables a la espera de que saliera algún cargo público para increparle. Uno de los que lo pasó peor fue José Joaquín Ripoll que ayer no tuvo su día. Primero tuvo que aguantar la frialdad de las fuerzas vivas en el acto, y eso que el hombre se portó bien acercándole a la alcaldesa un vaso de agua durante su discurso en uno de esos momentos divinos que tanto nos gustan a los periodistas y que fue reconocido, esa vez sí, con los aplausos de los invitados. Pero fue en la calle cuando el presidente de la Diputación se llevó la peor parte, y es que tuvo que cruzar hasta el puerto, ya fuera de las vallas, seguido por un grupo de indignados que no paraban de gritarle de todo menos bonito. En una parecida se vio el exalcalde Luis Díaz Alperi aunque éste llegó antes al coche. Los dos aguantaron los gritos y abucheos, algunos de mal gusto, es cierto, pero nadie los tocó. No hubo agresiones ni tuvo que intervenir la policía, y eso que varios de los manifestantes andaban calentitos viendo cómo les impedían acceder a la plaza mientras que muchos de los asistentes a la toma de posesión se tomaban tan ricamente la cervecita en la terraza del bar dentro de la zona acotada por donde sólo podían deambular los invitados y los periodistas que asistimos incrédulos al cierre de la plaza. Como para no olvidarlo.