Uno de los mayores atractivos, por lo que tiene de morboso, de una campaña que se prevé plana y anodina es ver cómo se manejan Sonia Castedo y su número dos, José Joaquín Ripoll, en los actos públicos previstos por el PP en Alicante. Observar cómo se miran, si se saludan, si son capaces de disimular su animadversión… Que no se aguantan es de sobra conocido, como también lo es que, si puede, la candidata a revalidar su puesto en la alcaldía intentará que su compañero de filas, por llamarlo de alguna manera, no repita al frente de la Diputación.

Ripoll, que durante años no se cortó un pelo al criticar al presidente Camps por el embolado en que metió al PP de la Comunidad valenciana por lo de los trajes en el caso Gürtel, se ha visto ahora implicado de lleno en el escándalo por la contrata de las basuras en la Vega Baja, con bolsos de Loewe, viajes familiares y un tren de vida envidiable y dificilmente justificable por ahí en medio, lo que no le ha impedido seguir adelante.

Al fin y al cabo, si el jefe sigue, ¿por qué no lo va a hacer él? El caso es que su supervivencia política está cogida con pinzas. Por si tenía poco en su contra, se encuentra con la salida del PP de Gema Amor tras la espantada en Benidorm, lo que lo deja sin uno de sus principales pilares. Sigue teniendo el apoyo de muchos alcaldes y representantes populares en los pueblos, que para eso es el presidente de la Diputación y el que reparte el pastel en las localidades pequeñas, pero depende de Alicante para seguir en la brecha plantando cara a Camps como líder de los pocos zaplanistas que todavía quedan por la provincia, que cada día son menos y que acabarán saltando por la borda si el capitán no consigue tapar los agujeros del barco. La cuestión es que para mantener su poder, la mejor opción de Ripoll es seguir teniendo en sus manos la gobernabilidad en Alicante.

En la última legislatura, con 15 concejales, es decir, con la mayoría absoluta justa, Ripoll y Castedo, desde la Diputación y el Ayuntamiento respectivamente, mantuvieron un equilibrio de fuerzas que la alcaldesa pretende romper si puede en la próxima legislatura. ¿Cómo? Logrando más concejales para no depender de una posible salida de tiesto de su número dos. Dado que Ripoll no es el único «enemigo» que Castedo tiene en su lista, sino que sus relaciones con el concejal Juan Zaragoza tampoco son para tirar cohetes, la pretensión de Castedo es alcanzar los 17 concejales. Y ahí es donde uno se plantea cómo va a llevar Ripoll esta campaña. ¿Va a pedir el voto o va a pedir que no les voten? Esto es como una partida al siete y medio. Si no llegan a la mayoría absoluta pierde el PP y pierde él, pero si se pasan y consiguen más de 15 concejales, su voto ya no resulta decisivo y al final puede quedarse fuera de la presidencia de la Diputación. Es una partida decisiva pero en la que él no tiene juego. Tendrá que verlas venir y trabajarse los pueblos pequeños de cara a la posterior pugna por la presidencia de la Diputación, si llega.

En Alicante, tal como se vio la noche de la pegada de carteles en la que no le quedó más remedio que estar pero apartado y con cara de ardor de estómago, poco puede hacer. Castedo no quiere ni verlo cerca debido a su animadversión personal y política unida a que la alcaldesa considera que con su vinculación en el caso Brugal, Ripoll resta votos más que suma. Puede que sea cierto, pero a lo mejor es lo que él pretende para no pasarse en el juego.