Son 15 días de éxtasis propagandístico en los que prima el mensaje pasional para anclar y captar votos con ideas fuerza. En esta campaña, las cocinas de las cuatro formaciones parlamentarias están en situación desigual a la hora de perfilar mensajes, a la luz de las encuestas y los trackings diarios de intención de voto. La mejor noticia para el presidente Camps sería que el calendario escupiera de una tacada catorce días y que mañana fuera 22-M, una jornada que presentan como un referéndum sobre la gestión que Zapatero ha hecho de la crisis. Por esas mismas razones, Marga Sanz (EU), tampoco necesita de la campaña. La papeleta más difícil la tiene el líder del PSPV, Jorge Alarte, quien ha de elegir cuál de los dos caminos por los que ha transitado su labor de oposición desde que tomó las riendas del partido en septiembre de 2008 prima en su discurso.

Se trata de abundar en la denuncia de la corrupción y la apuesta por una regeneración ética en la Generalitat o poner el acento en el plan de choque para la reactivación económica y generación de empleo. Y, en esta segunda línea, abundar en que la Comunitat Valenciana va mucho peor que España por culpa de Camps. Alarte ha de elegir entre el Alarte de trinchera o el Alarte presidenciable, el de la apuesta por el pacto social y el consenso para transmitir solvencia a los empresarios y dirigentes económicos a los que el 11 de mayo de 2010 reunió para presentarles su "Programa de Saneamiento y Reforma de la Economía". El que propuso, en balde, 11 veces reunirse con Camps y le remitió medio centenar de ideas para una especie de Pactos de la Moncloa a la valenciana.

Los avisos de Blanco y Rubalcaba

Como diría su lema electoral, otro camino [estratégico] es posible: el de obviar las recomendaciones de Blanco y Rubalcaba y mantener en el centro de la escena a Gürtel, Brugal o Fabra, materia que inspiró una querella, un libro de 128 páginas y varios paneles explicativos de las tramas de Blasco y de los 39 imputados cargos del PP relacionados con casos de corrupción.

Alarte quiere casar ambos discursos, pero admite que en campaña hay que elegir un mensaje preponderante. Especialmente cuando los sondeos claman una evidencia: su electorado no está movilizado. A favor de elevar el discurso regeneracionista ("La hora de la dignidad y de la honradez") cuentan factores como el evidente desgaste de la imagen de Camps (el presidente menos valorado de España), por sus problemas judiciales.

En Blanquerías tienen sus esperanzas puestas en la letra pequeña de los estudios de opinión, incluido el del CIS, que refleja un descontento con la situación valenciana y la gestión de Camps. El 75,9% de los encuestados cree que la "situación general" valenciana es regular, mala o muy mala y un 54,7%, que es peor que en 2007. Alarte se agarra a dos clavos: el de la valoración de la labor de la Generalitat y la existencia de un 30% de indecisos, que los socialistas elevan a un 40%. Un 72,1% considera que la gestión del Consell en esta legislatura ha sido regular, mala o muy mala y un 65,3% opina lo mismo sobre la labor de Camps. Saber si esa opinión responde a la responsabilidad que se otorga al Consell en la crisis o es fruto de la corrupción es una incógnita. Alarte insistirá en culpar a Camps de que la crisis haya golpeado a la Comunitat Valenciana con más crudeza que en ningún otro sitio.

El candidato de Compromís, Enric Morera, tiene ante sí elegir si abunda en sus ataques a Camps por la corrupción y la inacción de gobierno o marca más distancias con el PSPV para captar descontento socialista. En su equipo de campaña quieren remarcar las críticas al PSOE y a Alarte como profeta suyo en la Comunidad Valenciana. Los augurios demoscópicos no les son favorables, pero en estas elecciones, como nunca antes, quieren explotar, lo mismo que Esquerra Unida, la baza de que nunca sería visto como más inútil, en términos aritméticos, la apelación socialista al voto útil, entendido como el que ofrece la posibilidad de cambiar el gobierno. Porque casi nadie duda de la mayoría absoluta del PP.