En su último libro "Inocencia radical" reflexiona sobre la pérdida de la inocencia, ¿por qué es importante que no perdamos esta cualidad?

Cada vez que veo a una persona mayor que tiene algo que la hace joven eso es la curiosidad. El humano aprende dos patrones desde que es pequeño: el amor o afecto y la curiosidad. Esto hace que tengas ganas de relacionarte con los demás desde el amor y desde la curiosidad por descubrir. Si esto te lo cercenan cuando eres pequeño te cercenan la vida, envejeces de forma prematura. Y eso se ve en muchos jóvenes, a quienes les falta pasión, motivación, curiosidad. Actualmente, esa capacidad de curiosidad y de afecto se trata como algo excepcional, cuando es algo para lo que estamos biológicamente dotados. No tiene sentido que eduquemos a los hijos y vivamos en un entorno que impida que desarrollemos esas cualidades. Con mi libro quiero reivindicar que tenemos un cerebro que, por una parte, está programado para sobrevivir, para resguardarse del otro, tenerle miedo y estresarse. Pero por otro lado tenemos esa capacidad increíble de conectar, comunicar, hablar y sentir.

Una encuesta ha revelado esta semana que el número de jóvenes no creyentes se ha duplicado. ¿Qué valores priman en la juventud del siglo XXI?

Venimos de una sociedad, la del siglo XIX y XX en la que hasta cierto punto era más fácil vivir. Se exigía mucho menos a la gente. Quien tenía una vida dura lo aceptaba mejor y pertenecían a una jerarquía donde se le decía qué tenía que creer. Hace cincuenta años todo esto se viene abajo junto con las estructuras sociales, rurales y religiosas. Pero el sistema educativo, que es el que enseña a la gente a aceptar una determinada forma de vivir en sociedad, sigue enseñando las mismas cosas que si tuviéramos estos pilares.

¿Qué consecuencias tiene esto?

Pues que la gente está completamente perdida. Además, estemos tardando mucho en transformar el sistema educativo para dar respuesta al nuevo mundo en el que vivimos. El mundo de mi madre y el de mi abuela se parecían mucho, pero el de mis hijas no se parece en nada y sin embargo se les está educando de la misma manera. Si se despertase un educador de hace cien años y entrase en un aula de ahora no lo notaría. Les damos los mismos contenidos y les contamos lo mismo. Deberíamos estar debatiendo todos los días cómo solucionar las altas cifras de fracaso escolar y en vez de eso reforzamos un sistema enfermo y caduco.

¿Cómo se puede motivar a los jóvenes?

Un niño que en la escuela está desmotivado, que no siente curiosidad, es un niño que no avanza, que va a fracasar y que va a ser un humano muy infeliz. El cerebro, si no tiene forma de alimentar esta curiosidad, se dedica a lo que se dedican hoy en día muchos jóvenes, que es a distraerse. Pero las distracciones al final no llenan. Debemos luchar por un sistema educativo que mire al niño a los ojos y le diga que tiene algo único y le pregunte qué sabe hacer, qué le motiva. Los niños deberían tener más aficiones y la escuela debería plantearle más estímulos entre los que poder elegir. Eso nos daría adultos muy distintos. La época de la supervivencia física pasó, este será el siglo de la supervivencia emocional. Pero esto requiere de prevención, impedir que la gente llegue mal a la etapa adulta.

¿Se evitaría así problemas como el de la violencia machista o el acoso escolar?

Hasta hace poco se pensaba que el humano tenía un parte cognitiva muy desarrollada y una parte emocional que podíamos vivir sin ella. Ahora se ha visto que en la base de cada pensamiento está la emoción y que el instinto emocional y el pensamiento racional funcionan a la vez. Si hay uno que se dispara antes es el emocional, que es inconsciente. Son comportamientos que no controlas porque no te han enseñado a entenderlos. En la escuela no podemos educar sólo la parte racional. No podemos inyectar al niño contenidos, sino estamos educándole para comprenderse él y sus emociones y saber gestionarlas. Un niño debe ser capaz de poner nombre a sus emociones, saber qué es lo que le embarga. Entonces puede gestionarlas y no es esclavo de ellas.

La investigación del cerebro no deja de sorprendernos, ¿cómo será la psiquiatría dentro de 20 años?

Completamente diferente. Hasta ahora la psicología y la psiquiatría se basaban, más que en prevenir, en arreglar el desaguisado. Una de las cosas que se está viendo ahora es que no nos podemos esperar a tener ese 20% de enfermedad mental que pronostican para 2020. Hay que actuar antes. Eso se consigue sabiendo cómo funcionamos por dentro y eso los estamos empezando a descubrir en la última década gracias a las técnicas de imagen que nos permiten entrar en el cerebro. Hasta los años 60 se pensaba además que el cerebro era inmutable y que a partir de los 18 años ya no cambiabas. Se pensaba que la única manera de producir cambios en el cerebro era a través de fármacos y ahora se ha visto que el pensamiento y el comportamiento son vitales para esos cambios.

Con estos descubrimientos, ¿dónde quedan las diferencias entre hombres y mujeres?

No somos tan distintos. Las emociones básicas son las mismas. Por temas evolutivos nos han hecho ser muy distintos. Son siglos y siglos en los que nos han asignado un papel. Pero creo que dentro de unos cientos de años seremos más similares.