­­Peter Pan anima a los niños a golpear los tambores con más fuerza, mientras otros pequeños lucen sus pinturas de guerra frente al malvado Capitán Garfio. No se encuentran en Nunca Jamás sino en el carnaval de Alicante, donde el atronador sonido de más de cuarenta tambores a ritmo de samba marcó ayer el inicio del sábado ramblero infantil. El momento del año en el que los protagonistas de los cuentos traspasan sus páginas para encarnarse en pequeños que no superan el metro de altura.

Acompañados de unos nada sacrificados padres, disfrazados a juego con sus hijos, los más pequeños recorrieron el centro de la ciudad que acogió un particular sambódromo alicantino, cortesía de los miembros de Comunidad Klakibum. Tras los tambores, cientos de personas se fueron acumulando desde el comienzo del desfile hasta superar el millar una hora más tarde. Entre las filas de bailarines, fieros piratas, del Caribe o no, y princesas Disney (los trajes más elegidos) disfrutaron de la fiesta junto al reino animal representado por vacas, pollitos, mariquitas, mariposas, ranas y conejos. Tampoco faltaron los clásicos vaqueros del salvaje Oeste, que por una vez apartaron sus diferencias con los pieles rojas, los coloridos payasos y los habitantes del bosque mágico –duendes, nomos, hadas y demás personajes de fantasía–.

Un año más Bob Esponja volvió a visitar la fiesta alicantina más desinhibida acompañado por su inseparable amigo Patricio, que esta vez se trajo a su mascota el caracol Gary, encarnados eso sí por una familia al completo. Entre los disfraces más actuales de la verbena, ya que más de un niño eligió a los entrañables Woody y Buzz lightyear, protagonistas de la oscarizada saga «Toy Story» para acudir a la cita carnavalera o los bigotudos hermanos Mario y Luigi en tamaño mini, inspirados en el videojuego, de nuevo de moda gracias a su 25 aniversario. Y de los más ingeniosos, el grupo de piruletas Fiesta que congregaba hasta diez caramelos grandes y pequeñas a los ipods, cascos incluidos, o varios marcianitos de videojuego.

Música, bailes y malabarismos tomaron durante más de dos horas las calles del centro, desde Calderón de la Barca al Portal de Elche. Pasadas las ocho de la tarde la Rambla era, pese a estar cortada al tráfico, territorio de las cuatro ruedas. Hasta los que todavía cuentan su edad en meses sucumbían, progenitores y abuelos mediante, al carnaval. Los carritos de bebé fueron una forma de expresión perfecta para el ingenio, como ejemplo el barco pirata que alojaba un único grumete.

La pasarela situada en mitad de la avenida, que ya contaba con todo preparado para la noche, acumuló a numerosos pequeños y mayores exhibiendo pelucas, brillos, maquillaje y muchas ganas de diversión.