Hugo nació el 14 de febrero de 2008. Tenía prisa por llegar al mundo, así que se presentó de manera prematura. Su caso podría ser igual que el de millones de niños que nacen antes de tiempo. La diferencia es que Hugo nació en Guinea, en un hospital sin medios y con médicos de escasa formación. "En vez de ponerle en una incubadora lo dejaron en una habitación en la que estaba el aire acondicionado puesto", recuerda Julia, su madre. Su formación como maestra y su experiencia como madre de otro niño le hacían ver que algo no iba bien. "El niño no paraba de llorar y estaba muy pálido". La única respuesta que daban los médicos "es que era un niño llorón".

En dos días, el pequeño empeoró. "Me dijeron que se debatía entre la vida y la muerte, mientras le daban los mismos medicamentos que a mí". Julia llegó a pedir el alta hospitalaria y se llevó a su pequeño a casa, "donde le puse en un cuarto lleno de bombillas con mantas y bolsas de agua caliente". Sin embargo, el daño era irremediable. Hugo sufría una parálisis cerebral que le dejó ciego y tenía constantes convulsiones por ataques epilépticos. "Los médicos me dijeron que no había esperanza, que no viviría ni seis meses". Pero si algo le sobra a Julia es esperanza. Con dos de sus hermanos en Alicante no se lo pensó dos veces. "Mi familia me ayudó a reunir el dinero necesario para comprar el billete de avión" y en noviembre de 2008 vino con el crío, dejando a su hijo mayor en Guinea.

"Visité un centro médico privado donde me pedían entre 500 y 1.000" euros para hacerle unas pruebas de visión. Sin dinero, con sus dos hermanos en paro, Julia no tuvo más remedio que regresar a su país con el objetivo de reunir la cantidad necesaria para tratar al niño en España. Sin embargo la mala suerte no quería abandonar a esta mujer de 36 años. "Me rompí una pierna, por lo que estuve seis meses en cama y me echaron de la escuela en la que trabajaba". Por segunda vez, volvió a recurrir a sus familiares para comprar de nuevo un pasaje para España y venirse prácticamente con lo puesto, sólo acompañada por Hugo, y sin papeles.

Un quinto sin ascensor

Su hermano los acogió en su casa, un quinto piso sin ascensor de eternas escaleras que Julia subía y bajaba a diario con el pequeño. Las pasadas navidades, a los pocos días de llegar a Alicante, el niño "sufrió una crisis muy fuerte, con 15 convulsiones diarias" e ingresó en el Hospital de Sant Joan. Allí permaneció dos largos meses, con su madre pegada a la cama las 24 horas del día. "Yo no hacía más que engordar debido a los nervios. La ansiedad me desbordaba".

Con su hermano todo el día buscando trabajo, los médicos y enfermeros del hospital se convirtieron en una improvisada familia. "Me traían juguetes, pijamas y ropa para el niño". Ha pasado prácticamente un año desde este primer ingreso y los cambios son evidentes en el pequeño, que acude dos veces por semana a recibir tratamiento al Hospital de Sant Joan. "Ya gatea y es capaz de sostenerse en pie". Por eso se aferra a su deseo de quedarse en España. "En mi país mi hijo no tiene esperanza de sobrevivir".

Sin embargo, Julia permanece sin papeles, y por consiguiente sin poder trabajar. El dinero que recibe de amigos y familiares le permite ir tirando y en Cáritas le proporcionan comida. Sin embargo, en poco tiempo, Julia tendrá que dejar la casa de su hermana en la que reside actualmente, ya que ésta se marcha a Londres para buscar empleo. Su hermano tampoco tiene trabajo "y con lo que pesa el niño ya no puedo subir y bajar todos los días cinco pisos".

Los médicos y enfermeros de la planta de Pediatría del Hospital de Sant Joan se han volcado con Julia, a quien en estos momentos ayudan a regularizar su situación.

Los pasillos y consultas del hospital de Sant Joan se han convertido en su segunda casa. Sabe en qué plantas es más fácil encontrar una silla para descansar, qué ascensores van más vacíos o cuál es el mejor "atajo" para llegar más rápido a la planta de Pediatría. Recorre los pasillos empujando la silla de su niño con una leve cojera, "recuerdo" de la fractura que sufrió en la pierna. El trayecto de Julia se ve constantemente salpicado de personas que le paran y le preguntan por su hijo, un precioso niño de pelo corto ensortijado.

Julia se dirige a cada uno de ellos por su nombre y les regala siempre una sonrisa. "En la vida necesitas buscar siempre la parte positiva y aferrarte a ella. Nunca debes olvidar que hay gente que lo está pasando peor que tú". Si vuelve a Guinea, lo más posible es que pierda a su hijo, pero si permanece en Alicante, de momento, no tiene cómo vivir. Sin embargo, Julia parece tenerlo claro y resuelve rápido la encrucijada. "Ya lo he perdido todo y la vida de mi hijo es lo más importante".

Una condena a sufrir graves complicaciones

"Un parto que aquí supone únicamente un pequeño quebradero de cabeza, en países como Guinea puede ser una catástrofe", lamenta Francisco Carratalá, neuropediatra del Hospital de Sant Joan y uno de los médicos que está atendiendo al hijo de Julia. En este sentido, asegura que en España es difícil encontrarse con lesiones del parto que provoquen este tipo de transtornos graves con ataques de epilepsia. Afortunadamente, añade Carratalá, "las unidades de neonatología actualmente están muy equipadas para sacar a los críos adelante". La situación que vive el enfermo en estos países también les empuja a buscar ayuda en el exterior. "Con una intervención mínima puedes hacer que el paciente mejore mucho, pero el regreso a sus países supone una condena a padecer complicaciones graves".