La primera alarma saltó cuando C. R y J. R. N. recibieron una llamada del colegio para advertirles de que su hija no comía los bocadillos que se llevaba. Todavía no se explican cómo la anorexia ha podido tocar de lleno a una niña "que lo ha tenido todo, que siempre ha sido responsable y perfeccionista". Con 18 años es una de las pacientes de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital de Sant Joan, donde ha llegado a estar varias semanas ingresada.

Para sus padres, el punto de inflexión en la actitud de su hija llegó con 15 años, en los cursos previos al ingreso en la universidad. "Comenzaron a darle crisis de ansiedad por los estudios, pero jamás relacionábamos este problema con la anorexia, porque comía bien y más o menos estaba en su peso", explica su padre, J.R.N. Poco a poco los síntomas se fueron haciendo más evidentes. "Me preguntaba constantemente por temas de nutrición y calorías y se hacía fotos y las colgaba en internet para compararlas con las de sus amigas". Su madre se daba cuenta de que "estaba todo el día metida en su mundo, se volvió poco cariñosa e, incluso, no deja que la abrazaras".

Tras sufrir un desvanecimiento y quedarse en apenas 42 kilos, "por fin nos confesó lo que ya era más que una sospecha, que estaba vomitando".

Comenzó entonces para estos padres un periplo que les llevó por las consultas de psicólogos y terapeutas mientras su hija se fue a Murcia a estudiar el primer curso en la universidad. "Dejar que se marchara a estudiar fuera fue una decisión muy difícil. Por un lado nos preocupaba su estado de salud, pero tampoco queríamos quitarle la posibilidad de ir a la universidad, algo que para ella era fundamental".

El problema, fuera de casa, lejos de mejorar se fue agravando, "teníamos que pesarla todas las semanas y eso era un infierno. Mientras, ella seguía adelgazando. Bebía mucha agua para que se le quitara el apetito y escondía comida entre la ropa. Nunca sabíamos si nos mentía o nos decía la verdad".

Finalmente, sus compañeras de piso vinieron desde Murcia "para advertirnos de que no comía nada. Fue entonces cuando ella finalmente admitió el problema y nos pusimos en manos de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital de Sant Joan".

El ingreso, un alivio

C. R. y J. R. N. reconocen que el ingreso de su hija fue en cierto modo un alivio. "Ella es lo que más quiero en el mundo, pero la situación en casa era insostenible".

Cuando ingresó en el hospital "le mejoró el carácter y empezó a darse cuenta de la magnitud del problema". Con todo "no llegaba a entender del todo por qué estaba allí. ¿Por qué me han ingresado si yo estoy más gorda que el resto de chicas?, nos preguntaba".

Actualmente, su hija ha recibido el alta hospitalaria y sigue en tratamiento. Tras esta experiencia, el consejo que estos padres pueden dar "es que nunca se baje la guardia en casa, sobre todo cuando los hijos tienen un carácter demasiado perfeccionista".

También ponen la voz de alarma en "la cultura del cuerpo en la que están inmersos los adolescentes, que además les coge en una edad muy difícil con los estudios".