Reconozco que no es tarea fácil trazar el perfil de una persona, de una política, a la que conozco mucho tiempo y por la que profeso simpatía personal pero que, precisamente por su importancia, se ha visto sometida a críticas de las que he participado en más de una ocasión. Es lo que a veces tiene el conocimiento político dilatado en el tiempo: las impresiones personales, los recuerdos gratos, se entremezclan con las apreciaciones que se intentan frías y hasta con puntuales decepciones. Pero eso es también la política como asunto humano, demasiado humano: las distancias, por fortuna, no siempre pueden mantenerse. Y es que Leire Pajín es de aquí, con todas las ventajas e inconvenientes que eso tiene. O sea, que en su trayectoria no pueden ni deben ocultarse algunas de las contradicciones básicas del PSPV. Alguna vez le he dicho, y lo sostengo ahora, que es nuestra política más lista en una generación socialista, la que supo orientarse bien, y con valor, en los tiempos oscuros en que el PSOE estaba en la oposición; la que supo definir un discurso propio capaz de sintonizar con muchos grupos sociales frente a los tonos grises con los que el socialismo valenciano suele presentarse. Y eso no es poco. Porque, además, probablemente, si su entorno hubiera sido más brillante, ella también hubiera brillado más. Aunque, quizá, hubiera ascendido más lentamente. Lo que, a veces, presiento, no le hubiera venido mal.

Sea como sea, Leire ha sido una de las piezas importantes, reveladoras, del rompecabezas político con el que Zapatero construyó su alternativa y su poder. Y no le faltó humildad para ello. Lo ha repetido y hay que creerle: ella se siente, sobre todo, persona de partido. Hay aquí una contradicción: fuertemente socializada en una cultura partidista, mamada en la familia natural y en la política -que aquí coinciden, seguramente para mal-, ha encarnado, sin embargo, la apertura a los que, redundantemente, desconfían de una política excesivamente rutinaria y encerrada en sí misma. Ojalá que el PSOE encontrara más líderes con esa habilidad. Reconozcámoslo: por más que a veces nos fastidie, los aparatos de los partidos existen y deben seguir existiendo para que los partidos sean fuertes. Y unos partidos fuertes son necesarios para el sistema democrático. Por eso, ser del aparato y no parecerlo fue la virtud sobre la que Leire cimentó su fulgurante carrera.

Lo malo es cuando comenzó a perder esa virtud, ese resplandor. Lo que pasó, precisamente, cuando asumió la Secretaría de Organización. El desparpajo que tan rentable le había sido se fue sustituyendo por la impostación en las comparecencias, por su ubicación en el manual de la polarización y en el mensaje acartonado del y tú más. Si los recuerdos positivos se acumulan de la época en que simbolizaba una apertura en las políticas de cooperación, solidaridad e igualdad, nada hay de memorable en sus diatribas semanales contra el PP y rozó la caricatura de sí misma con aquello de la conjunción planetaria, aunque haya matizado que fue malinterpretada. El problema es que con el PSOE desorientado política e ideológicamente, el cargo de Secretaria de Organización -ese número tres tantas veces publicitado- no deja margen para la imaginación y, al revés, supongo, genera más reticencias, codazos y envidias que las promesas del 0'7%.

Encima, aquí, en su provincia, a su poder interno se le han atribuido suficientes maldades como para que sea recibida con suspicacia, convencidos muchos, dentro y fuera del partido, de que más que un elemento de concordia es pieza de discordia y bandería. Los vínculos familiares le han jugado una mala pasada y, desde luego, nunca debió tolerar que el asunto de Benidorm se le fuera de las manos. En fin, ahora ya sabemos quién será la cabeza de lista por Alicante en las próximas Elecciones Generales. Y probablemente esa sea una buena noticia para los votantes socialistas y evitará luchas previsibles. Bueno será que empiece a ejercer, que se distancie de las penurias estrechas de los conflictos domésticos y que construya una imagen alternativa de provincia y Comunidad que sirva de valladar al vendaval del PP.

No caeré en la narración de anécdotas festivas, porque Leire no merece hoy la banalización de una trayectoria de la que los amigos debemos sentirnos contentos. Lo que íntimamente espero en que en este acelerado recorrido la experiencia vivida en el aparato le haya enseñado algo, que no olvide que sigue siendo muy joven para el alto encargo que ahora recibe, pero que no puede seguir siendo eternamente la joven política a la que perdonar deslices, silencios o lugares comunes: a la política con futuro ya le ha alcanzado el presente. Su aprendizaje, su tenacidad e inteligencia le han llevado donde está, al Consejo de Ministros en una hora especialmente difícil. Seguro que intenta lo que nosotros esperamos: que sea una ministra de primera, en un Ministerio que ve ampliadas sus competencias, en el que mucho puede hacer en un momento de crisis del Estado social. Para ello tiene bagaje suficiente: puede ser ella pero reinventarse para la ocasión, ser fiel a su pasado podando alguna de sus raíces. Confiemos.