Corría el año 2006. Los afines a Eduardo Zaplana y Francisco Camps estaban enzarzados en una durísima batalla política. Unos por hacerse cargo del PP y otros por tratar de sobrevivir ante el creciente poder del presidente de la Generalitat. El pulso se centraba en la confección de las listas electorales y culminaría unos meses después con la purga de zaplanistas de las candidaturas para las elecciones municipales y autonómicas. Zaplana y Camps apenas se miraron.